Primer Congreso Constituyente

ACTAS DE LAS SESIONES SECRETAS 241 dor Presidente de la República de Colombia, y se leyó en el "Pa– triota" de Guayaquil NQ el oficio dirigido por el General Portoca– rrero al Libertador suplicándole a nombre del Gobierno del Perú que viniese a encargarse de los negocios de la guerra, y la contestación del Libertador indicando (f. 57 v.) que necesitaba previo permiso del Congreso de Colombia. El Sr. Tudela opinó que pues lo que se decía sobre este par– ticular en el público no salía de la esfera de rumores populares, no debía entrarse en discusión, mientras que el Gobierno no descubrie– se al Congreso lo que había pasado sobre el particular. El Sr. Otero hizo ver que existiendo en el Perú cuatro Ejércitos y ninguna autoridad que pudiese concentrar el poder militar, dirigir la campaña, ni disponer los planes de guerra, todo era perdido inevi– tablemente si no venía el Libertador en clase de Generalísimo de las Armas, como el único resorte capaz de dar el movimiento que con– viene a la máquina militar, y evitar la anarquía. El Sr. Paredes (D. Joaquín) apoyando la opinión anterior dijo: que ante todo era preciso tener datos a la vista y que al efecto, de– bía mandarse al Poder Ejecutivo viniese al Congreso a dar cuenta, puesto que se le podía mandar y él estaba obligado a obedecer, como que es una autoridad subalterna del cuerpo representativo. En cuanto a lo demás, que el Libertador no ha debido venir llamado por el Gobierno, el cual no tiene facultades para investirlo de toda la au– toridad que conviene en nuestras circunstancias, cuyas funciones sólo son propias de la soberanía. El Sr. Mariátegui insistió en la necesidad de que se llame al Li– bertador, porque el Perú es en la actualidad una nave sin timón, sin piloto y combatida por todas partes de vientos contrarios, manifes– tando igualmente que el Libertador no podía ni debía venir llamado por el Gobierno, pues este carece de facultades para semejante dis– posición. El Sr. Ferreyros dijo: que la necesidad de que (f. 58) se llame al Libertador le parecía un dogma, y que estaba firmemente persuadido a que casi todos los SS. diputados pensaban del mismo modo; que estando además inclinada la opinión del pueblo a favor de este pro– yecto, era indudable que si no le llamaba el Congreso, se atraería éste el odio público en el caso de un suceso adverso que sin du– .da se atribuiría a la omisión de este paso, especialmente cuando es tan conocido el empeño con que se procura malquistar al cuerpo representativo: que por tanto, y siendo tan público que el Gobierno le había llamado, aunque sin facultades para ello, y sin haber con-

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