Antología de la Independencia del Perú

ANTOLOGIA 313 discreción, o perecer a manos de los vengadores de América. Los ene– migos del nombre de este hermoso continente, ese puñado de vándalos, que aún osan oponerse a la majestuosa marcha de la independencia! desesperados al verse privados de recursos por cuantos han sentido el benéfico influjo de la dulce libertad, atentan de nuevo contra los derechos de la ilustre Lima. Si ha sido tan grande el entusiasmo des– plegado por los patriotas que la pueblan, desde que al férreo cetro es– pañol sustituyó el reinado de la razón, si ha sido tal que causó asom– bro a todos los que lograron presenciar el júbilo sincero y la gratitud que tributaban a sus libertadores; i qué emociones no experimentarían al ver las escenas del 7 de Setiembre! Día para siempre memorable, en que se enajenaron los corazones de todos cuantos saben apreciar el valor de tener una Patria. Jamás, en ningún tiempo, en parte algu– na se ha manifestado un entusiasmo igual, como el que se apoderó de todos, al tiempo de oirse las terribles palabras: los enemigos se acer– can, los españoles están ya dentro. El pueblo electrizado venía en to– das direcciones a la plaza mayor: Viva la Patria, Armas y mueran los enemigos, era el único grito que se oía. Cada cual tomaba piedras, pa– los, machetes, toda clase de instrumentos domésticos, fabriles y de la– branza, cuando ya no había armas que repartir para su defensa. Ciu– dadanos de todas clases, inclusos niños y decrépitos, partidas de re– ligiosos armados y pr~dicando la justa causa, grupos numerosos de mu– jeres armadas de cuchillo, y cuyos rostros indignados respiraban ven– ganza cubrieron en un momento la plaza mayor. Los Ministros _de Estado. acompañados de oficiales y muchos pa– triotas, participaban los sentimientos de este generoso pueblo; deci– didos, como él, a rechazar a los agresores o sepultarse entre ruinas. Libertad o muerte era el eco general. Esta era la voz de los jefes y del pueblo, y en los semblantes de todos no se veían otros movimientos que los que indica la expresión vehemente de aquellas terribles pala– bras. Siempre persuadidos de que el enemigo amagaba la ciudad por alguna parte, o de su proximidad, emprendieron divididos en gruesos destacamentos su marcha hacia la muralla en el mejor orden, aplaudi– dos por el bello sexo, que desde los balcones parecía decir: nos hemos quedado aquí para imitar a las argentinas en la memorable defensa de Buenos Aires contra los Ingleses. Los sacerdotes entretanto exhor– taban con su ejemplo a vencer o morir. Por todas partes prevalecían el valor, la unión y el contento precursor de la victoria, las aclama– ciones no cesaban, y los pocos irresolutos no pudieron resistir a tanto heroísmo, y se unieron también a sus compatriotas. Ya estaban guarneciendo la muralla los esforzados descendien– tes de Africa, como tan interesados en la importante lucha que debe decidir de la suerte de la sección más considerable y bella del mundo entero , cuando los demás ciudadanos armados llegaron . No hay co– lori.do con que representar la unión que reinaba entre todos, no lo hay para d escribir los transportes de todos al hacerse mutuamente recuer– do de las crueldades con que el gobierno más feroz , ignorante y débil ha perpetuado su d?m~nio en est_e pa_ís. L?s ~demane? de ~ra templa– dos con un present1m1ento de v1ctona, eJercian un 1mpeno absoluto sobre los que habían concurrido a la salvación de la Patria .

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