Antología de la Independencia del Perú
318 ANTOLOGIA personas que defienden la causa de la libertad. Avísalo al jefe de esa fuerza señor Quirós y trata tú de huir inmediatamente a Huancaveli– ca donde nuestras primas las Negretes; porque si te sucediese alguna desgracia (que Dios no lo permita) sería un dolor para tu familia y en especial para tu esposa que te adora.- María." El portador de la precedente, que fue un indio en quien se de– positaba mucha confianza, llegó a Paras pero. antes de verse con Be– llido tuvo la desgracia de encontrar a los tres sacerdotes realistas que, según ya indicamos, se hallaban en aquel lugar como presos de honor. Constituídos éstos en viles espías e inquisidores de los patriotas, espe– raban noticias de los transeúntes con cuyo objeto solían ir de paseo por los Blrededores d~l pueblo y hacían el camino que conduce a Huaman– ga. Tomaron, pues, al indio, y aparentando pertenecer a la causa de los patriotas, le examinaron respecto de la comisión que llevaba, y aca- baron por apoderarse indignamente, desgarrando en medio de crueles maltratos, los vestidos del fiel conductor. Sin embargo, por circunstancias que ignoramos, cae la corres– pondencia bajo la vista del jefe, que ante la grave contingencia en ella anunciada, ordena la marcha inmediata de los patriotas que le obede– cían a la ciudad de lea. Por la celeridad con que efectuó el jefe Quirós, esta marcha, no tuv0 tiempo para comunicar la nueva a don Mariano Bellido, que en · esos momentos se encontraba fuera del pueblo, ni menos tuvo el cui– dado de recoger la carta que quedó en poder de los eclesiásticos, y cuyo descubrimiento fue de muy funestas consecuencias para la señora de Bellido. Y no podía suceder de otro modo, porque aquella carta había desbaratado los proyectos de Carratalá, quien hubiera indudablemen– te sacrificado a su vengativo y ·sanguinario furor a los patriotas de Paras, que por la superioridad de la fuerza y armamentos de sus ad– versarios no se encontraban en disposición de librar un combate. En efecto, sólo al día siguiente al que abandonaron el pueblo (29 de marzo de 1822), llegaron las fuerzas destacadas de Huamanga, esparciendo el terror en el vecindario con el incendio de muchas casas 1 particularmente de la de Bellido, de cuyo ganado lanar y vacuno hi– cieron una sangrienta hecatombe. Entre tanto las fuerzas de Quirós coligadas con las de Tristán, que entonces se hallaban en lea, se prepa– raban para hacer frente a sus perseguidores que no tardaron en ir a su encuentro, verificándose el combate en Macacona, a una legua de aquella ciudad, con suerte desfavorable para los peruanos · (7 de abril). Mientras sucedía este desastre se completaba en Huamanga un doloroso espectáculo. Libres ya los eclesiásticos de la prisión a la que voluntaria o simuladamente se entregaran en el pueblo de Paras} se dirigieron a esta ciudad, a donde llegaron en la noche del 29 de marzo. Pocos instantes después una compañía de soldados, por orden de Carratalá, sitiaba la casa de doña María d~ Bellido. Son las 8 de la noche, y doña María, en unión de sus hijas, está entregada a ejercicios de piedad, con la tranquilidad de la inocencia. De improviso oyen golpes de puerta, recios e imponentes: la señora de
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