Antología de la Independencia del Perú
ANTOLOGIA 319 Bellido y sus "hijas no hacen sino encomendarse al Cielo y esperar con resignación la muerte con que se las amenaza en medio del ruido de las armas y de las estruendosas sacudidas de la puerta ... Los solda– dos invaden, en fin, tumultuosamente la casa y el comandante de la comisión pone guardias a cada una de las habitaciones . Al día siguiente, sábado 30, a horas 11 a.m. la fuerza condujo a la señora de Bellido al cuartel general que estaba situado ~n uno de los portales de la plaza mayor. En tales momentos se autorizó el sa– queo de la casa, siendo los mismos soldados los inicuos ministros de es– ta bárba_ra orden. Consumado tan escandaloso pillaje, se hubo de con– sumar otro crimen no menos espantoso, -el incendio de la misma ca– sa-, lo cual no se llevó a cabo, gracias a . las reiteradas súplicas del deán de esta Santa Iglesia Catedral, Dr. Ubilluz, que fue compadre y vecino de doña María. Las hijas quedaron abandonadas a la indigencia, sirr que hubiera una mano generosa que les levantara de ella, por temor a la ferocidad del sanguinario Carratalá. La desgracia de aquellas llegó a tal extre– mo que cuando sacrificada la madre, quisieron asilarse en uno de los monasterios de esta ciudad, fueron cruelmente repelidas, por estar mar– cadas con el anatema que abandonaba a la execración pública a los que derramaban su sangre por la libertad de su patria ... La diferencia que se notaba entre la letra de la carta que pro– dujo la condenación de la heroína y la de la firma, ponía de manifies– to que no había sido escrita de su mano. Esta circunstancia hizo na– cer el interés de conocer a su cómplice, y el general Carratalá le hizo las más aterradoras amenazas para que le descubriera. Mas ellas no pudieron intimidar a aquella magnánima mujer, que guardó inflexi– blemente su ,secreto, salvando así la vida del señor Madrid. Enfurecido Carratalá ante esta noble resistencia, quiso ahogar en sangre su despecho, y la orden de fusilamiento fue lanzada contra doña María de Bellido, debiendo ser la pampa del Arco el teatro de esta bárbara ejecución. Con el fin de impedirla, el cabildo eclesiástico y los regulares del Seminario Conciliar de San Cristóbal, fueron en aparato religioso ante el feroz español en cuyos oídos el ruego no había sonado nunca sino como un ruido vano y enojoso . Custodiada la Bellido por toda la fuerza española que guarne– cía esta ciudad, fue llevada en procesión por los cuatro lados de la pla– za mayor de arrµas. Un oficial leía en cada esquina un bando dictado por Carratalá en el que se hacía constar que a "Doña María Parado de Bellido se aplicaba la pena capital para escarmiento y ejemplo de los posteriores, por haberse rebelado contra el Rey y Señor del Perú cuyas disposiciones perjudicara por una carta que había escrito o hecho es– cribir". En seguida la condujeron al Arco por la calle de Santo Do– mingo. Frente del templo de este nombre se arrodilló, exclamando con toda la efusión de su alma: " ¡ Madre mía, Virgen del Rosario! Dame tu bendición, y mira por tus hijos que quedan huérfanos, sin más ampa– ro que tu divina misericordia ... " Al levantarse dijo a los soldados con una serenidad admirable: "Si ansiáis castigar con la muerte al que tra-
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