Antología de la Independencia del Perú
324 ANTOLOGIA fueron los primeros mártires. No hay peruano que no haya lamentado la pérdida, en la flor de su juventud, de unos limeños que prometían tan abundante cosecha de bienes a la Patria. Su memoria se conser– vará eternamente rodeada de la admiración, del respeto y de la gratitud. Nosotros a quienes los lazos de una dulce amistad unió con ellos, an– siando tributarles algún homenaje, aunque tardío, nos apresuramos a publicar el siguiente rasgo que hemos leído con inefable placer en un periódico inglés, que lo ha tomado por unas Memorias publicadas en Londres hace po'co por el General Miller. Pílades y Orestes no se profesaron una amistad más estrecha, que los dos patriotas de que hace mención el siguiente pasaje. Tales nombres son dignos de la inmortalidad . El Teniente Coronel La Rosa y el Mayor Taramona habían entracto de cadetes en el mismo cuerpo rea– lista, y juntos habían ascendido al grado de Capitanes. Ambos trasfi– rieron sus servicios a su Patria al mismo tiempo, y ambos recibieron el mando de compañías en la Legión Peruana de la Guardia en los mo– mentos que se formó este cuerpo. En el teatro, en los toros, en el baile, en el paseo, en el campo de batalla, eran inseparables estos dos jóvenes. Su conducta fue igualmente heroica en la batalla de Torata. Se ade– lantaron muchos pasos al frente de su batallón, despreciando el vivo fuego que le hacía la línea enemiga y La Rosa exclamó: aquí están La Rosa y Taramona, oficiales en otro tiempo en el Ejército Real; pero aho– ra de la Legión y que nada desean con tanta ansia, como pelear por su Patria: Españoles, venid a experimentar el valor de la Legión. La Rosa y Taramona se retiraron intactos en medio de una nube de balas. Su desprecio del peligro inspiró una bravura exaltada a sus soldados. El batallón rechazó varias cargas sucesivas y no se retiró hasta que quedó en una cuarta parte de su número. La Rosa dirigió la retirada con tanta destreza y serenidad, que logró llegar al puerto de !quique y embarcar toda su tropa. Sólo quedaban en la playa los dos ami– gos, cuando desgraciadamente llegaron a !quique los españoles. Ni un momento dudaron los dos jóvenes del partido que debían tomar: se arrojaron al mar e intentaron llegar al buque que se hallaba fon– deado a mucha distancia. Los realistas hicieron los mayores esfuerzos para salvarlos, les echaron cuerdas y les instaron con grande empeño que se asiesen de ellas para volverlos a tierra . Mas ellos resueltamente contestaron:- que no querían aceptar la vida de las manos que escla– vizaban a su Patria.- Después ·de haber - luchado largo tiempo con las aguas, al fin perecieron. Sus cuerpos, que las olas arrojaron a la playa, fueron sepultados por los habitantes en la misma tumba. Exposición del Sr. D. Felipe Pardo, Mercurio Peruano, Lima, N<? 466, 7 de marzo de 1829; reproducido en José Hipólito Herrera, El Album de Ayacucho (Lima, 1862), pág . 256 . D. José· Bernardo de Tagle, Presidente de la República del Perú Por cuanto conviene al ejercicio del poder que se me ha confia– do, ordeno lo siguiente:- El eternizar la memoria de las grandes accio– nes es un deber tan sagrado como el de tributar gratitud a los héroes. La historia de la r egeneración del Perú no presenta un rasgo más subli-
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