Antología de la Independencia del Perú
28 ANTOLOGIA cípulos aprovechados y les preside conclusion~s públicas" _(5) .. Esta ra– ra precocidad es nota común de cuant~s en llteratur~ r c1enc1as fu~ron ornamento de la Colonia. Juan Egana era catedratico a los qumce años, y Espinoza Medrana a los die~ y seis; Olavid~, d~ctor a los di~z "/ siete y oidor a los veinte; don Dommgo de Orrantia, 01dor a los veinti– uno; D. Nicolás Paredes Palanca, doctor en la Universidad de San Mar– cos a los quince, y a los dieciocho asombro de la de Salamanca; Llano Za– pata, a los diez y nueve una eminencia por todos reconocida y acatada. Como decía el conde de la Granja: Si en Europa sazona entendimientos, La edad, aquí a su curso adelantados, Cuando allá apenas saben rudimentos, Se hallan en facultades graduados (6). Mucho de esto se debía a los factores permanentes de nuestro ti– bio clima y de nuestra meridional raza; y por eso el precoz desarrollo intelectual continúa siendo una de las cualidades 'características de nues– tra psicología; cualidad verdaderamente poco envidiable, porque en ge– neral es indicio, no de vigor, sino de fragilidad e inconsistencia. Pero ni el clima ni la raza han variado desde los tiempos coloniales, y hoy estamos a este respecto muy lejos de lo que sucedía entonces. Hay que buscar, pues, en otras causas la explicación del fenómeno. En primer lugar, los estudios en las 'universidades españolas, sobre todo en los si– glos XVII y XVIII, eran mucho menos largos y difíciles que los de aho– ra: la gramática latina se aprendía en la niñez; venían luego la retórica y los cuatro años de filosofíá 1 y en seguida se entraba directamente a las facultades superiores de·Derecho, Teología y Medicina. De manera que antes de los diez y seis años el estudiante de derecho canónico o derecho civil podía graduarse de doctor; tanto más cuanto que esa enseñanza rutinaria y estrecha no se dirigía a la reflexión, ni exigía su concurso, sino que lo confiaba toda a la memoria: y la feliz retentiva de los criollos aprendía pronto las divisiones y subdivisiones de las Súmulas, y las glosas y los comentarios de las Decretales y las Pandectas. Y en segun– do lugar, el magisterio universitario había descendido notablemente en España desde el siglo ~VII. Si en las mismas Alcalá, Salamanca, Za– ragoza y Valladolid había bajado tanto el nivel de los catedráticos, no es maravilla que peor aún fuera el estado de la Universidad de Lima. En esta escasez de maestros, los colegios recurrían a sus mismos discípu– los más aprovechados, y les· encargaban cátedras cuando apenas habían terminado los estudios, como todavía lo vimos en la época republicana, hasta los tiempos del Convictorio de San Carlos. Por el mismo Baquíjano, sabemos que a los trece años tomó parte en el certamen literario dedicado al arzobispo don Diego Antonio Para– da, y se graduó de doctor en cánones y en leyes (7). ' Siendo igualmen– te muy joven, regentó una clase en el Seminario de Santo Toribio; se recibió de abogado ante la Real Audiencia, y fue nombrado asesor del Cabildo y del Consulado. En 1770 el rector de Santo Toribio, don Agustín de Gorrichátegui, fue electo obispo del Cuzco. "Lo consagró el arzobispo don Diego Anta- (5) Fray Cipriano Jerónimo Calatayud.- Elogio de Baquíjano - 1813. (6) Poema de Santa Rosa.-Canto I. (7) Alegato que para la oposición a la cátedra de prima de leyes pronunció en la Uni– versidad don José Baquíjano y Carrillo el día 29 de Abril de 1788.
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