Antología de la Independencia del Perú

30 ANTOLOGIA . En 1781 lo eligió la Universidad para que pronunciara el elogio del virrey Jáuregui. Era costumbre que algunos meses después de la recepción pública de cada nuevo virrey, la Universidad le hiciera un recibimiento especial. Con anticipación conveniente se publicaba el car– tel de un certamen poético, señalando los asuntos, los premios, los jue– ces y las leyes del concurso. Estos carteles eran generalmente abulta– dos folletos en que, so pretexto de explicar los asuntos propuestos, ha– cían gala los autores de impertinente erudición y se extendían en largas y prolijas digresiones. Apresurábanse a entrar en el concurso todos los versificadores de Lima, que no eran pocos; y el día de la fiesta innume– rables poesías laudatorias adornaban las paredes y columnas de la Uni– versidad. Un catedrático pronunciaba la oración panegírica, y amon– tonaba en ella las mayores y más pueriles adulaciones y las más desa– foradas hipérboles gongorinas. Todos estos elogios académicos, salvo en parte el del Virrey Guirior por Bouso Varela, son lamentables: tan afectados y monstruosos por la forma, como bajos y serviles por el fondo. El que escriba la historia del servilismo en el Perú (trabajo que sería utilísimo, porque explicaría cuando menos un tercio del carácter nacio– nal) ha de encontrar seguramente en los recibimientos universitarios el más rico filón de su estudio en la Colonia. Por eso sorprende y admira la independencia y altivez de Baquíj a– no. El elogio de Jáuregui, ·que pronunció el 27 de Agosto de 1781, es la antítesis de todos los elogios anteriores: es una vigorosa protesta con– tra un largo pasado de abyecta adulación. Y téngase en cuenta que la época era difícil, y nada propicia para que se disimulara y pasara inadvertida la franqueza y la audacia. Desde hacía cuatro años, esta– ba conmovido todo el país. Los abusos inauditos de los corregidores sublevaban a los indios en el interior, y el aumento de contribuciones a los criollos y mestizos de la costa; y la visita de Areche y sus impru– dentes medidas habían llevado la excitación a su colmo. Las sedicio– nes ocurridas durante el gobierno de Guirior en Urubamba, Huaraz, Huánuco y otros puntos de la sierra; fueron tumultos de indios; pero las de Arequipa y Lambayeque tuvieron otro carácter, más peligroso aún, porque las promovían y dirigían blancos, mestizos y mulatos, y, aparecían complicadas en ellas personas de alguna significación social. Revelaba esto que en todas las regiones del virreinato cundía el descon– tento; y no se les podía ocultar a los españoles que en los criollos fel'– mentaban ya vivos sentimientos de resistencia e insubordinación. Des– tituído Guirior a instancias de Areche, fue reemplazado por don Agus– tín de Jáuregui el 27 de Julio de 1780, y partió para España, dejando el Perú muy alterado. En Noviembre estalló la revolución de Túpac Amaru, en la cual los mestizos serranos tuvieron participación tan im– portante, y fueron los más activos consejeros y más decididos fautores del caudillo indígena. Por más que el cacique Condorcanqui resucitara los recuerdos in– cásicos y' publicara con tanta insistencia su real origen, muchos indios permanecieron indiferentes a la rebelión, y, por temor a los españoles o porque la prolongada esclavitud había borrado el sentimiento nacional, ayudaron ellos mismos a debelarla. Puede considerarse esta insurrec– ción como la última del puro elemento indio, y probó cuán decaído es– taba y cuán perdida tenía la conciencia de su unidad. Pero dejó en claro que los mestizos no sólo hacían causa común con los indios, sino que, aprovechándose de su pasividad, se servían de ~llos como instrumen-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx