Antología de la Independencia del Perú

ANTOLOGIA 31 tos. La revolución de Túpac Amaru significa por esto a la v~z un prin– cipio y un fin, algo que acaba y algo que se inicia, el estertor de una nacionalidad que moría y el primer vagido de otra que se formaba. . Duraba todavía la im12resión de terror producida por el suplicio de Túpac Amaru y su familla, y permanecían en armas muchos de los sublevados, cuando un catedrático de San Marcos se atrevía en un ac– to oficial y solemne a hablar de tiranía, sangrienta política y humilla– ción, y a convertir la aparatosa ceremonia del elogio en un medio de alu– dir a todas las cuestiones del día y de expresar casi sin e;mbozo las que– jas de los criollos contra el régimen colonial. Si se considera el tiempo en que se. pronunció, el Elogio de Jáu– regui adquiere gran importancia: es el remoto anuncio de la Indepen– dencia, como ya lo ha advertido uno de nuestros eruditos (11). En frente de las alteraciones del período de Guirior y de la revolución de Túpac Amaru que eran las explosiones de la irritación popular, consti– tuye la manifestación moderada, y 0 por lo mismo más temible, del desa– grado de las clases superiores, y de las ideas liberales que principiaban a introducirse en un grupo,_muy reducido pero muy influyente, de la aristocracia de la sangre y de la inteligencia. Hermoso hubo de ser el espectáculo que ofreció el General Mayor de la antigua Universidad, cuando, en medio de los viejos doctores y de los funcionarios y cortesanos que lo llenaban, resonó la voz del joven catedrático y, como purificando aquel lugar impregnado de las lisonjas de tantas generaciones, pronunció las palabras del exordio, en el cual la dignidad y altura del concepto vence y oculta los resabios de afecta– ción y de mal gusto, y comunica a las cláusulas plenitud y majestad: "La gloria y la inmortalidad, Señor Excelentísimo; esa sólida recompensa del ' héroe; esa vida del honor, que anima en el sepulcro a sus cenizas; esa memoria augusta de su nombre, no se afianza ni _apoya en los elo– gios e inscripciones públicas que le consagran y tributan la dependen– eta y el temor. Son éstas las infelices conquistas del poder, a quien siempre acompaña de auxiliar en sus triunfos la lisonja. Por eso pro– testa el corazón la violencia que sufre en pronunciarlas, y en él mismo fallecen, reprobando al instante verse obligado a inspirar esa voz que lo envilece. La verdad, sacrificado su pudor, se retira en el duelo y la amargura; espera en esta angustia a que el tiempo restaure sus sa– grados derechos, y que, destruído el ídolo, le fabrique el trono de los siglos futuros. Entonces, con placer rompe las ·cadenas que la tienen cautiva, vuela a ocupar el solio de su imperio, y tomando en mano la incorruptil;>le balanza, cita a su tribunal al príncipe y al panegirista. Examina en aquél la justicia del mérito, pondera en éste la de los aplau– sos; y en un mismo decreto desautoriza al uno, degradando la falsa grandeza, e infama al otro, nerpetuando el oprobio de su adulación''. .... ' Fuerte y casi violento es el tono, y debió de parecer altamente irres– petuoso a un auditorio acostumbrado a oir en ocasiones semejantes los más rendidos homenajes al virrey. Después de lo dicho, poco importa– ba que agregara: "No tema V. E. ese juicio severo; él repondrá a su fama nuevo lustre, nuevo esplendor añadirá a su nombre". No bastan por cierto para disipar la impresión de los primeros períodos, las ala- (11) Estudio critico sobre el discurso del doc.tor Javier Prado y Ugarteche por Pablo Patrón. ~~7~ -

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