Antología de la Independencia del Perú

518 ANTOLOGIA Habiéndose retirado repentinamente del ejército el general Are– nales y embarcado para Chile, tomó Santa Cruz el mando en jefe del 'ejército peruano. El coronel Gamarra fue nombrado jefe del estado mayor, y el coronel Don Ramón Herrera elegido para Ministro de Gue– rra por Riva-Agüero. Es de notar que estas cuatro personas que ocu– paban en aquel momento los primeros encargos del estado, se halla– ban al servicio del Rey de España, algún tiempo después de haberse establecido el general San Martín en el Perú, y a los once años cum– plidos de haberse principiado la revolución; lo que prueba muy bien el adagio "que vale más llegar a tiempo, que rondar un año". _- Sin embargo, estos cambios merecieron la aprobación general; Riva-Agüero desplegó grande actividad; Santa Cruz logró poner el ejército en un excelente estado en número y disciplina, y por primera vez los soldados peruanos se vieron mandados por un peruano, y esto produjo un sentimiento nacional, sumamente provechoso para la cau– sa de su independencia; Santa Cruz es natural de Huarina, e hijo de la cacica Calaumani, de raza indígena. El general de Buenos Aires, Don Enrique Martínez, que se unió a la intriga formada para deponer la Junta Gubernativa, pagó la pe– na de su oficiosidad; pues movido por la; esperanza de retener el encar– go de general en jefe, limitaron su autoridad a los pocos soldados de Buenos Aires, que habían escapado con él desde Ilo, aunque aún rete– nía el título pomposo de general en jefe del ejército unido. El 8 de Abril de 1823, Santa Cruz fue promovido al empleo de general de división, y los coroneles Gamarra, Pinto, Miller y Herrera al de generales de brigada. Miller retuvo, a petición suya, el mando de la l~gión, la cual, habiéndose reunido al segundo batallón la gente que regresó con él a Lima, tenía cerca de ochocientas piezas de fuerza. Después de la expulsión de los patriotas de los puertos interme– dios, los realistas concentraron cerca de nueve mil hombres en el valle de Jauja a las órdenes de Canterac; dejaron mil y quinientos en el departamento de Arequipa; y casi un número igual formaban las guar– niciones de Puno, La Paz, etc. La división de Olañeta de dos a tres mil hombres de fuerza estaba en el Alto Perú, y el Virrey y demás autoridades continuaban en el Cuzco, de donde recibía en abundancia el ejército realista, reclutas y recursos de todas especies. Las desgracias que obscurecieron el prospecto favorable que presentaban las cosas a los patriotas, por las derrotas de Torata y Mo– quegua; por el vacilante estado en que se hallaba Chile; por la anar– quía que reinaba en las provincias del Río de la Plata; por las diferen– cias que existían entre el Perú y Colombia, nacidas de haberse el últi– mo incorporado así la provincia de Guayaquil, y por el espíritu de par– tido que reinaba en el Congreso, todo animó a Canterac a dirigirse a la capital. El presidente Riva-Agüero, pidió por escrito a los oficiales ge– nerales, su opinión sobre el plan de las operaciones militares que de– bería adoptarse, y reunió un consejo de guerra. En él decidieron que el general Santa Cruz, que tenía cinco mil hombres de tropas regla– das peruanas a sus órdenes, marchase a hacer otro nuevo esfuerzo desembarcando en los puertos intermedios. La ocasión parecía favo– rable, pues persuadidos los realistas de que los patriotas, no podrían intentar un nuevo ataque hacia aquel punto, habían dirigido todos sus esfuerzos contra la capital, con cuya toma creía Canterac dar un

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