Antología de la Independencia del Perú
526 ANTOLOGIA renunciar la libertad, es renunciar la calidad de hombre, y con ella los derechos de la humanidad y sus deberes; me avergonzaba de lev~mtar la frente, creyendo que la degradación estaba pintada en mi semblan– te y así me decidí a salir de un estado que me era insoportable. El año de 1812 en que servía el cargo de alcalde ordinario, fui reelegido por aclamación. Me pareció que había llegado el término de la esclavitud del Perú, y empecé a poner las bases de su libertad, de acuerdo con mi responsable tío D. José Baquíjano y Carrillo, quien estaba animado de los mismos deseos. Pero el astuto Abascal, que velaba co– mo un argos, porque conocía ser ya imposible que este vasto territo– rio permaneciese sujeto a su metrópoli, descubrió nuestros designios por medio de D. Joaquín de la Pezuela, inspector entonces de artille– ría, y después virrey del Perú: se apoderó de los que servían de ins– trumentos a la ejecución, y me intimó un severo arresto en mi casa, que fue suspendido a poco tiempo, porque temía el tirano el influjo que me habían adquirido en esta ciudad mi nacimiento, mis relacio– nes y los empleos que había desempeñado. Entonces me encargó la custodia de los demás presos, que fueron después confi:nados a diversos puntos. Con respecto a mí, hubo más consideraciones políticas; porque el capitán Apolinario Cartagena declaró en la sumaria, que aunque se me había designado para ser el Jefe Supremo del Perú libre, había esto sido sin intervención ni conocimiento mío; pero estuvo a 'punto de perderme la debilidad de Don José de la Riva Agüero que confesó haber firmado cierto papel con el conde de la Vega, con D . Domingo Orúe conmigo y con otros. Habiendo salido felizmente de este compro– miso, me dediqué con el mayor empeño a salvar del suplicio a los que estaban condenados a él, por haber trabajado conmigo en la libertad de su país . Mis relaciones y el dinero prodigado por todas partes, con– sigmeron conmutar en un destierro la pena capital; y tuve la satis– facc16n de que mis bienes hubiesen servido para arrancar del suplicio a estos infelices, y aliviar en lo posible los males que debían acompa– ñarles en su confinación. En aquella época los generales Castelli y Goyeneche, se hallaban en un armisticio que debía romperse por éste con grave detrimento de nuestra causa. Escribí participándolo al primero, quien por no haber aprovechado del aviso que le llegó oportunamente, perdió la batalla de Guaqui, cuyas consecuencias han sido tan funestas al continente ame– ricano. Entonces se me encargó la dirección de las fiestas con que debía celebrarse la victoria; y es bastante conocida la tibieza que ma– nifesté tanto en esto, como en la amonedación de las medallas de oro que se mandaron acuñar en memoria del suceso; para lo cual se me entregaron diez mil pesos que devolví después, habiendo impedido astutamente que se batiesen tales monumentos de las glorias de nues– tros tiranos . Poco tiempo después se instaló el regimiento de la Concordia, del 1 cual fui nombrado sargento mayor; y como mi espíritu no buscaba por todas partes sino los medios de romper las cadenas de mi patria, me pareció encontrar uno en este nuevo establecimiento. Exaltada mi imaginación con las esperanzas más halagüeñas, creía ver ya a mis compatriotas adiestrados en la táctica, disputar la victoria a los ti~
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