Antología de la Independencia del Perú

ANTOLOGIA 529 me resistí con eficacia y por muchos días, proponiéndole varias per– sonas respetables de la ciudad; pero él se negó a toda reflexión: me inculcó la urgencia de su viaje, para la salvación de la Patria, y yo que i amás he podido resistir a la magia de esta augusta palabra, tuve que acceder a la propuesta. Fue para mí un gran sacrificio: ¿pero ha– bría alguno que no estuviese· dispuesto a practicar cuando se trataba de asunto tan importante? Desde luego esta forzada condescendencia me ocasionó muchos disgustos, cuya narración no es propia de este papel. En la vuelta del general, le insté para que me admitiera la di– misión del gobierno, exponiéndole razones de la mayor importancia; y logré por fin retirarme a la hacienda de La Polvora, a restablecer mi salud muy quebrantada por las fatigas que tuve que tomarme en el tiempo de mi administración. En este retiro interrumpe mi tranqui– lidad Don José de la Riva Agüero, estimulánd9me a que tomara par– te en sus maquinaciones contra el general San Martín: mas no encon– trando yo en este proyecto objeto alguno de que pudiese resultar uti– lidad a nuestra causa, desprecié sus sugestiones, y continué gozando de los sencillos placeres que me proporcionaba la soledad. Entonces fue cuando el general San Martín se ausentó precipi– tadamente d_el Perú después de haber reunido la representación nacional. Esta augusta corporación nombró para el ejercicio del poder ejecutivo una junta de tres individuos, de la que recibí el gobierno de la plaza del Callao y la inspección general de Cívicos, a fin de que organizase cuer– pos provinciales . Lejos de considerarme desairado al verme obedecien– do, cuando poco antes había tenido el mando supremo del Perú, me gloriaba de que se me creyese útil, y dirigí todos mis esfuerzos a de– sempeñar dignamente la confianza que en mí se había depositado. Arreglé los cuerpos Cívicos y me trasladé a la fortaleza de la Inde– pendencia, donde perman~cí hasta que una mortal enfermedad me obligó a buscar en Lima los auxilios de que carecía en el Callao. Mien– tras estaba allí, se me propuso por personas respetables que me incor– porase en el ejército: accedí gustoso, esperé la orden correspondiente, pero esta no llegó a librarse . Poco tit;mpo después, el ejército del centro representó al Sobe– rano Congreso, que para activar las operaciones de la guerra era ne– cesaria la separación de los poderes legislativo y ejecutivo, y la recon– centración de éste en una sola persona. La soberanía nacional exone– ró entonces, del mando a la junta gubernativa, y me nombró en su lu– gar como general más antiguo y de mayor graduación para que desem– peñase el gobierno supremo, mientras resolvía lo conveniente en las circunstancias. Tres veces imploré del soberano congreso que admi– tiese mi renuncia, y otras tantas se negó a mi solicitud, hasta que el 27 de febrero pasé a prestar el juramento de estilo. Este fue el único acto en que ejercité funciones de supremo magistrado. Al día siguien– te se me ordenó que entregase el mando a Riva Agüero: obedecí al momento y me retiré a mi casa, donde prohibí toda conversación so– bre este asunto, hasta el extremo de despedir a los malcontentos que censuraban la elección como opuesta al orden establecido en el regla– mento interior del congreso ,

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