Antología de la Independencia del Perú

546 ANTOLOGIA El diarista coloca como por encantamiento en Ayacucho, o bien sea en Quinoa, el Ejército enemigo el día 8, cuyo campo describe pri– mero como un llano intermedio entre el pueblo y el campamento nuestro muy a propósito para manejar con desahogo sus pequeñas masas; después presenta este mismo campo como una loma dominan– do lo que él llama planicie, y últimamente resulta un producto inex– pugnable por su naturaleza o una península sin más acceso que una entrada de trescientos pasos. En este día asegura que la conducta -que convenía al Ejército Real era la de continuar maniobrando por los flancos con el fin de rendir por hambre a los enemigos, siendo así que desde que se emprendió la campaña acusa a los Generales de no ha– berlos atacado en los diferentes lugares que quedan indicados. El 4 se queja de haber tenido que comer carne de burro por la falta de subsistencias que padecía el Ejército, y el 9, que .tenían los enemigos carne para dos días según él asegura, quiere rendirl0s por falta de ví– veres. Al principio del párrafo confiesa el estado de inutilidad total en que se encontraba nuestra caballería, y al fin la presenta en mucho mejor estado que la enemiga, que había practicado una tercera parte menos de movimientos y que se hallaba descansando hacía tres días. Los habitantes que dice ser adictos, nos retiraban por todas partes los ganados, nos tomaban los convoyes y los rezagados; se que– daban con los pertrechos y los equipajes que no podían conducirse, y, en una palabra, nos hacían la guerra de cuantas maneras estaba a sus alcances. Es imposible seguir por partes la refutación de tantos dis– parates, tantas falsedades y tantos desatinos. Por fortuna los enemi– gos han descrito el campo de Ayacucho en el párrafo 79 del parte de Sucre de un modo que, aunque no completamente exacto, conviene, sin embargo, en sustancia con el plano que se acompaña. El Capitán Plasencia, de quien ya se ha hablado dos veces, le tomaron prisionero las partidas de caballería. El General Valdés, a cuya división le condujeron, no hizo más que examinarle delante del diarista, que estaba presente a la sazón, volviéndolo en seguida a la guardia que lo tenía a su cargo. El General Valdés no lo mandó fu– silar en el acto porque no mandaba el Ejército y porque estaba allí el Virrey, a cuya disposición se puso inmediatamente. Lo que hay de más raro en esto, ·es que el acusador de Plasencia sea otro pasado, con la cualidad agravante de haberlo hecho después de haber obrado acti– vamente en la revolución de Guayaquil, según queda indicado en el lugar conveniente. Por lo que toca al Virrey, sus gloriosas heridas recibidas en el acto de caer prisionero hicieron ver al día siguiente la clase de cubi– letes (según se llama) de que usaba este respetable General. Los adi– vinos, que tenían en su mano el desenlace de las cosas, no estaban en Ayacucho, sino en Madrid, donde se encuentran todavía para persua– dir al Gobierno que podía ir Barradas con 3,000 hombres a conquistar a México, y para frustrar todas las operaciones contra unos países a que están ligados por mil clases de interés y de afecciones. [ ... J A la una de la tarde, frustrados sucesivamente todos los es– fuerzos de los Generales y Jefes del Ejército, y prisionero y herido el Virrey, los enemigos eran dueños del campo de batalla, en que sólo la vanguardia continuaba batiéndose ventajosamente contra los siete batallones y dos escuadrones de que queda hecha mención anterior– mente. El General Valdés, que por la disposición del terreno en que obraba no había podido percibir con oportunidad la suerte de las otras

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