Antología de la Independencia del Perú

ANTOLOGIA 547 divisiones, se encontró entregado asimismo con sus cuatro batallones, dos escuadrones y cuatro piezas. El ataque, sin embargo, continua– ba con el mayor valor cuando se vio envuelto y obligado a formar mar– tillo para contener las cargas de infantería y caballería que dirigían con nuevas tropas sobre su flanco e izquierda; estos movimientos y la decisión con que los enemigos le estrechaban por todas partes no le dejaron duda que la batalla estaba concluída de un modo funesto. Su situación no le permitía retirarse porque tenía comprometida casi en cuadro toda la tropa y no le era posible moverse en ninguna direc– ción, y en tal conflicto no podía proponerse otra cosa que dejar bien puesto el honor de las armas y detener al Ejército enemigo el mayor tiempo posible para dar lugar a que se reuniesen nuestros dispersos. El parte de Sucre acredita que se obtuvo con gloria el primer objeto. Destrozada enteramente la vanguardia como era consiguiente, pudie– ron abrirse paso por medio de los enemigos el ~ General con algunos Oficiales que se reunieron en las alturas de retaguardia con unos 200 hombres de caballería que acompañaban al General Canterac y demás que habían podido salvarse de la izquierda y centro, los cuales se ocu– paban aún en reunir los dispersos y contener los enemigos que los aco..: saban; pero el terror y la facilidad que tenían nuestros soldados, casi todos del país según ya se ha indicado con diferente motivo, para ocul– tarse al través y por las barrancas de aquellas montañas, hicieron inú– tiles un sinnúmero de actos de arrojo que tuvieron lugar en esta hora desgraciada. El Capitán Salas fue muerto por su misma tropa que se había empeñado en reunir; el Brigadier Somocurcio estuvo expues– to por el mismo empeño a sufrir igual suerte, y en general no hubo un Jefe notable que no corriese los mismos riesgos al tratar de reunir los dispersos. No debe sorprender esta conducta habiéndose ya dicho re– petidas veces la especie de soldados que componían nuestras filas, con los cuales no podía contarse de modo alguno en el momento que nos abandonase la victoria, pues los prisioneros habían de tratar de vol- verse, como lo hicieron, a los campos enemigos, y los indígenas· de bus– car sus madrigueras, de donde se les había sacado a la fuerza hacía muy poco tiempo. La pérdida sufrida por ambos Ejércitos, a pesar de esto, fue in– mensa y desproporcionada al número de las tropas que combatieron. Los enemigos, según su parte, perdieron entre muertos y heridos 11 Jefes (entre ellos dos Generales); heridos o muertos, de 50 a 60 Ofi– ciales, y más de 1,500 sargentos, cabos y soldados. Se ve, pues, p'or la anterior relación: 19, que la batalla de Aya– cucho era necesaria y conveniente en el paraje que se dio; 2 9 , que el plan de ella fue bien concebido y bien explicado; 39, que el arrojo del Coronel Rubín. comprometió los movimientos de la división Monet, y que habiendo tenido ésta que ejecutar el paso del barranco bajo el fuego enemigo, era consiguiente y precisa la desgracia que sufrió; 4 9 , que estos compromisos obligaron a sacar la reserva de la posición im– portante en que estaba situada, con lo cual quedó el Ejército sin un punto de apoyo para reunirse; 59, que por estas mismas causas tuvo que precipitarse el ataque de la caballería, la cual cargó contra fuer– zas duplicadas antes de haber podido formarse y reunirse en el llano; 69, que por iguales razones se perdió la artillería del centro e izquier– da antes de haberse podido descargar en la mayor parte de las mulas en que iba cargada; 79, en fin, que la calidad especial_ de nuestras t~o– pas y la disposición particular de las grandes montanas en que tuv1e-

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