Antología de la Independencia del Perú

548 ANTOLOGIA ron lugar estos acontecimientos hacía imposible la reuni~n una vez dispersas y disueltas de la manera q_ue lo fueron en esta Jornada. Estas son las causas naturales y sencillas que produjeron la pérdida de la batalla de Ayacucho, en las cuales, tan lejos de haberse pecado por falta de decisión y de celo por la justa causa que defendía, fueron precisamente emanadas de todo lo contrario. Rubín de Celis murió como un temerario a la cabeza del batallón q_ue tanto influyó en las desgracias de este día. El General Monet fue herido a la cabe– za de su división, haciendo prodigios de bravura; el General Canterac se comprometió personalmente con la reserva hasta el punto que que– da referido. A Carratalá y Villalobos se les vio constantemente en los parajes de más peligro; los Brigadieres Ferraz, Bedoya y García-Cam– ba, a la cabeza de la caballería, hicieron contra fuerzas duplicadas los esfuerzos que sa han indicado; los de igual clase Pardo, Atero y Cacho, se condujeron con el honor que le es propio; del General y Jefes de la vanguardia han dicho lo que son y lo que eran capaces de hacer por su Soberano los mismos enemigos que los batieron; el Virrey, por últi– mo, cargado de años, de fatiga y de servicios se lanzó como un grana– dero en medio de las filas contrarias, donde fue prisionero después de haber recibido seis heridas. ¡ He aquí los traidores de Ayacucho ! Compárese esta verídica relación con la que hace el diarista, y se verá la grosería y mala fe con que describe el campo de Ayacucho, los errores y contradicciones en que incide al presentar los diferentes sucesos que ocurrieron durante la batalla y la ignorancia. total con que discurre al establecer las faltas que produjeron su pérdida, las que, a pesar de buscar con tanto empeño y de haberse, en efecto, cometido en el número y de la manera que queda indicada, no supo ni aun si– quiera explicarlas de un modo comprensible. Conviene notar aquí que resultando como resulta de la descrip– ción que se hace de la batalla, aun por el mismo diarista, el que no existió ninguna columna de cazadores destinada a obrar bajo este concepto, es una imputación de todo punto falsa la que se hace al General Carratalá suponiendo que no· quiso tomar el mando de ella. No debe extrañarse esta acusación por violenta y fuera de propósito que parezca, porque como el objeto era acriminar a todos los Jefes que podían volver a servir con utilidad en aquellos dominios, y Carratalá se hallaba en este caso por la actividad, celo y conocimientos de que tenía dadas tantas pruebas, era imposible que se escapara de la per– secución a muerte que se propusieron los factores de este Diario con– tra todas las reputaciones notables del Perú. Nada de esto debe sorprender a los que saben que el autor del Diario, según queda dicho en diferentes lugares, era un Oficial obs– curo, sin inteligencia y sin servicios, el cual, habiendo, por otra par– te, huído en los primeros movimientos que verificó su división, no po– día contar las cosas que no había visto, y como sus colaboradores en la Península, sin embargo de su diferente categoría, se encontraban en el mismo caso, resultó por necesidad la descripción falsa, vergonzosa y disparatada que han tenido el descaro de presentar como original y verdadera. En Ayacucho hubo faltas y se cometieron equivocaciones; pero ni fueron las que ellos insinúan, ni tuvieron parte en ellas las perso– nas a quienes por resentimientos muy anteriores a la batalla, se pro– pusieron denigrar en este infame Diario.

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