Antología de la Independencia del Perú

ANTOLOGIA 549 La relación de las capitulaciones tiene el mismo origen y el mis– mo objeto que el resto del JJiario; pero por ser éste el último párrafo y convenir en él llamar la atención a los lectores, excede en maligni– dad y falsedades ·a todos los anteriores. Sus autores llegaron a apu– rar aquí toda la atrabilis que por diferentes motivos los devoraba ha– cia tiempo. El acontecimiento era ciertamente grande: habia pasado a muchos miles de leguas y había sido por desgracia demasiado funes– to; la ocasión no pod1a ser más oportuna para vengar antiguas y en– carnizadas querellas. Los autores del Diario lo conocieron así y apro– vecharon el momento; pero la pasión los obcecó, y el deseo de hacer aparecer como traidores a los que podían cuando más acusar de aébi– les, les hizo equivocar los medios y emprender la peor de todas las pruebas, que es la de no probar nada cuando se quiere probar der;na– siado. Diremos lo que pasó sobre este punto con la verdad y senci– llez que lo hemos hecho en todos los demas, para que comparadas am– bas relaciones, se pueda venir en conocimiento de 10 que real y verda– deramente sucedió y de las causas imperiosas que produjeron y deter– minaron este amargo suceso, que por desastroso y iatal que haya sido a la causa del Rey en aquellos dominios, no es, sin embargo nada, en comparación de lo que debían perder, y, en erecto han perdido, los Generales y Jefes a quienes se les supone indignamente interesados en un acto que iba a cortar sus carreras y a obscurecer las glorias de tan- . tas campañas y de tantos años de penalidades. Los enemigos continuaban la persecución, y el General Cante– rac, con los demás Generales y Jefes que le acompañaban, hacían los últimos esfuerzos para contener las partidas que los acosaban y tomar el camino real del Cuzco, cuando se adelantó a las tres de la tarde un Ayudante del General La Mar en clase de parlamentario. Las instruc– ciones que traía este Oficial estaban reducidas a manifestar la impo– sibilidad de poder salvarse los restos del Ejército Real en el estado en que se hallaban las cosas, y la inutilidad de la sangre que se pudiera derramar por una causa que carecía de todos los medios para soste– nerse. La relación era por desgracia cierta; pero los Generales ene– migos, acostumbrados por tantos años a respetar el valor y las victo– rias del Ejército Real, no habían podido imaginarse que la derrota de aquel día, hubiese llegado hasta el extremo de no contar en esta hora más que con unos 200 hombres de caballería, que por no haber podido dispersarse con sus cansados caballos se encontraban reunidos preci– samente por una causa opuesta a la que ellos debieron figurarse. Los Generales y Jefes españoles, que conocían sú situación, les sorprendió sobremanera una misión tan inesperada. En el acto se les represen– tó la sublevación del país de retaguardia, la imposibilidad de abrirse paso por un terreno tan quebrado sin tener un solo soldado de infan– tería; el cansancio de los mismos caballos que montaban; sobre todo, se les despertó la amarga idea de que aun logrando superar estas in– vencibles dificultades, su suerte era caer en las manos _de Olañeta, donde no podían esperar sino una muerte trágica e infructuosa. Co– mo estos sentimientos eran profundos y comunes a todos los Jefes y Oficiales reunidos, y por otra parte era indispensable aprovechar sin pérdida de momento la conocida equivocación con que los enemigos habían dado este paso, se convino por un movimiento unánime, en que los Generales Canterac y Carratalá marchasen al campo de Sucre a avistarse con el Virrey, y de acuerdo con él ver el partido que podía sacarse en la situación desesperada en que se encontraba la causa es– pañola. Al llegar al punto en que se hallaba Sucre advirtieron que el

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