Antología de la Independencia del Perú
550 ANTOLOGI A General la Serna, postrado por sus recientes heridas, estaba físicamen– te impedido de tomar parte en esta negociación, de que también lo separaba hasta cierto punto la calidad de prisionero en que se halla– ba. Por estas consideraciones el General Canterac se vio obligado a tomar sobre sí, como General en Jefe, el pess> inmenso del paso que iba a darse; pero habilitado por un acta firmada por todos los Jefes pre– sentes en que se recapitulaban sumariamente los motivos imperiosos que hacían necesario el ofrecido acomodamiento, se formó con Sucre en la noche de este día la capitulación que se acompaña. Este trata– do se remitió a la sanción y aprobación de los Jefes del Ejército Real, a los cuales no les ·quedaba más arbitrio que pasar por todo, y, en su consecuencia, a la una de la madrugada se recibió en el campo espa– ñol la minuta que con las observaciones que creyeron deber hacer los Generales y Jefes reunidos al efecto hasta las seis de la mañana se de– volvió al de Sucre. Las alteraciones propuestas empezaron una nue– va discusión en el Cuartel General enemigo que duró hasta las dos de ia tarde, en cuya hora quedó definitivamente concluído el convenio con las variaciones que se expresan a su margen. Ese tratado celebrado en el campo de batalla y juzgado en Eu– ropa a miles de leguas del paraje en que tuvieron lugar estos aconte– cimientos, levantó un grito alarmante y general, de que se aprovechó la maledicencia para poner en duda la reputación de los Generales del Perú (1) que tantos años de mando en una guerra civil debían haber– les producido muchas enemistades personales. Los primeros juicios debieron serles, por lo tanto, poco favorables, porque ignorándose las causas extraordinarias que habían forzado al Virrey a reunir en la ba– talla de Ayacucho todas las fuerzas de que disponía en el Perú, no po– día comprenderse que después de la derrota de este día, no quedase a los restos del Ejército medio alguno de rehacerse o de cubrir al menos con una heroica resistencia, el honor de las armas españolas en aque– Hos dominios. Era necesario que el tiempo y la crítica que desencan– tan, así los sucesos prósperos como los adversos, pusiesen en claro estos hechos y que manifestasen que la capitulación de que se trata fue una concesión gratuita de los enemigos, motivada por un error de que se avergonzaron y arrepintieron cuando estaba ya hecha y no te– nía remedio. El ·parte de Sucre a.l hablar de este particular lo expre– sa claramente, convirtiendo en generosidad la equivocación que se le había hecho concebir respecto a las fuerzas y recursos con que aún contaba el Ejército del Perú. Se ve, pues, por lo dicho, que las concesiones que se hicieron en Ayacucho por los Generales españoles estuvieron reducidas a la entre– ga de 200 hombres que no podían moverse en dirección alguna; a la de una plaza que no estaba a sus órdenes, capitulando fuera de ella, como lo entendió muy bien su digno Gobernador; a la cesión de tres ciudades abiertas e indefensas, y a la de un país sublevado en gran parte en favor de los disidentes mucho antes de la batalla de Ayacu– cho. [ ... J Jerónimo Valdés, "Refutación que hace el Mariscal de Campo don .. ." en Conde de Torata, Documentos para la Historia d~ la Guerra Separatista del Perú (Madrid 1896) ; tomo III, págs. 43-44, 46-49, 57-58 y 60-73. (1) El Ministro de la Guerra, Marqués de Zambrano, en un informe al Rey de 6 de Agosto de 1825. referente al permiso que pedía Canterac para venir a la Corte, le decía: " ... esperando la resolución que V. M. tenga a bien acorda r especialmente con referencia a Canterac, como agente principal de la capitulación poco decorosa a las a rmas de v. M. ce– lebrada con el disidente Sucre de resultas de la desgraciada batalla d ada el día 9 de Diciem– bre de 1824 en el Perú''.
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