Antología de la Independencia del Perú

552 ANTOLOGlA tándole al otro qué ruido era ese:- "unas palomas", respondió aquél; "¡eso no puede aguantarse, sigamos!" añadió Cuervo, y dos gruesas lá– grimas rodaban por sus mejillas. Y también el 15 de .Enero de 1825, cuando lo vimos en el Cuzco soltarse a llorar como una mujer escu– chando la patética retreta con que nuestras bandas nos despidieron de esa generosa población para seguir a La Paz el siguiente día. Los demás no éramos excéntricos, e imagine el lector qué im– presión nos haría semejante entrevista, que si como duró media hora, hubiese durado una entera, tal vez nos agua e inutiliza el corazón pa– ra la pelea. Muchas fueron las. parejas de llorosos, y no era para me– nos, pues aquellos abrazos podían ser adioses eternos entre hermanos y tiernos amigos, y aun yo mismo vi allí por última ve~ a mi joven pa– drino de confirmación, el valiente Capitán de cazadores de Guías, Don Narciso García, herido de bala en una pierna la noche anterior y a quien luego veremos qué raya hizo y qué glorioso fin tuvo en la dura lid que nos aguardaba. _ Lo que entretanto hablaban los Generales Córdoba y · Monet no eran simples palabras de cortesía, ni quedó en misterio. Monet pro– puso al primero, que antes de echar la bárbara suerte de la batalla, viesen si era posible entrar en alguna transacción que ahorrase la sangre que iba á derramarse; y Córdoba le contestó que eso no sólo era posible sino fácil, justo y racional, pues la cuestión quedaba ter– minada con que los Jefes españoles recqnociesen la independen~ia de América y regresasen pacíficamente a España, si les convenía. A esto repuso Monet que tal cosa no era admisible, ni expresión del juicio y 1a voluntad popular, como lo probaba el hecho de que el mismo pun– to de la independencia y del auxilio de Colombia dividía en opiniones a los peruanos; y que, como cuestión militar, considerase que ellos, los españoles, tenían fuerzas superiores a las nuestras, que nuestra posi– ción estaba completamente dominada por su Ejército, y que no había posibilidad de que le resistiésemos. Córdoba cerró ese asunto de su conversación con estas palabras: "La opinión del Perú, Genera]) es la "de todo el mundo, en que cada cual quiere ,mandar en su casa; y en "cuanto a la decisión por las armas, ciertamente ustedes tienen más "tropas y mejor posición que nosotros, pero no soldados iguales a los ·'nuestros, como lo verá usted a la hora del combate". El General Monet confesó después de la batalla que Córdoba tenía razón. [ ... ] La patética entrevista duró una media hora, y de allí fuimos unos y otros a almorzar tranquilamente en. nuestros campos sin que ninguno de los dos Ejércitos diese muestras de alarma ni hiciese mo– vimiento alguno. Gracias a las reses que trajo de Huanta el Mayor Cuervo, y al maíz y café de cebada de que no carecíamos, el almuerzo no fue tan escaso como puede inferirse de algunos historiadores, y aún lo fue menos el de los realistas, quienes no es cierto que pocos días antes tuviesen que apelar a la carne de burro para alimentarse. Mu– chos de nuestros Oficiales y soldados guardaron consigo una reserva de cáuncha, o maíz tostado en polvo, con hígado asado, para lo que pudiera suceder durante el día. - A-eso de las diez y media, nuestro conocido el General Monet se presentó de nuevo en la línea espléndidamente uniformado; y llaman– do al General Córdoba le dijo: "General! vamos a dar la batalla!" - "Vamos", le contestó Córdoba, y se volvió a participárselo al General Sucre, quien estaba en observación situado al centro de la sabaneta, treinta o cuarenta varas detrás de la División de vanguardia, que era

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