Antología de la Independencia del Perú
554 A N T OLO G IA Creo ql;le también el General La Mar arengó a los cuerpos de la División peruana, pero ignoro en qué términos lo hizo. Asimismo al– gunos Jefes de otros cuerpos, una vez que pasó adelante el General Su– cre, tomaron la palabra, a imitación de él, y citaré por ejemplo, al Comandante Pedro Guas, quien dirigió al suyo esta ruda pero elocuen– tísima notificación: "¡Voltígeros! Para nosotros no hay cuartel"; y en efecto, por ellos, expresamente, se habían negado los españoles a la excitación de Bolívar para regularizar la guerra, quedando los pri– sioneros a discreción del vencedor; y aunque La Serna no era cruel, es muy probable que ningún numantino hubiese escapado. Quedáronse sin arenga los Húsares de Colombia, que estaban a nuestra espalda; porque no había acabado el General Sucre de hablar al Vencedor, cuando observamos que la División española de vanguar– dia bajaba de la falda de Condorcunca, donde ocupa el costado norte y dejando este puesto a la del centro, que lo cubrió al punto, vino con extraordinaria velocidad a tomar su propio puesto de ala derecha, de– signado para el ataque. Traía a su frente una batería de cuatro pie– zas, y avanzando hasta el arroyo su línea de tiradores, quedó casi a tiro de pistola de nuestra línea por la izquierda, haciendo martillo con el resto de su Ejército. Detrás de sus tiradores se colocó su artillería, protegiendo cuatro cuerpos de infantes en masa; y a uno y otro cos– tado de éstos, un cuerpo numeroso de caballería. Todo ello no fue obra de un largo rodeo, como dicen Miller y el historiador Restrepo, sino de minutos, y movimientos característicos, por su precisión y pron– titud de su Jefe el General Valdés, el hombre de las grandes y rápidas marchas, y después de Boves, acaso el más brillante Jefe militar que acaudilló en América huestes realistas. Un soplo frío corrió por nosotros ante la desdoblada magnitud de la fuerza enemiga, viéndonos como cogidos entre dos enormes man– díbulas de bronce; pero ese soplo pasó al momento. Sucre, al contra– rio, se sonrió viendo su plan ya en ejecución, y, al ruido del viva con que le respondimos, picó y volvió a su puesto, que era casi el centro del campo, y tan al alcance del fuego español, como el de cualquiera sol– dado. Allí el General, esforzando la voz y en tono solemne exclamó: " ¡Soldados! De los esfuerzos de hoy pende la suerte de la América del Sur"; y señalando las columnas enemigas que descendían, añadió: "Otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia"; a lo cual respondió el Ejército con nuevos y estrepitosos vivas. Exageré al decir que nadie tuvo miedo, pues confirmando la re– gla, fue notoria la única excepción. A la vuelta de Sucre ya silbaban las balas; oyendo el toque de atención cierto Capitán sintió en el es– tómago no sé qué agonía, y pasando detrás de su compañía, se echó al suelo. Indignado un Teniente, le lanzó la interjección del caso, sa– lió al frente de la compañía, y dijo a los soldados: "Firmes"! El Capi– tán se enfermó, y no hay que contar con él; pero no nos hará falta, aquí estoy yo, y tomo el mando!" Después de la batalla el Capitán se quejó de irrespeto al General en Jefe. Sucre lo despachó diciendo con urbanidad: "Capitán, cuando usted cometa esa falta será Sar- gento Mayor". · A un tiempo se rompió el fuego en la línea general de tiradores, acabando de variar de frente nuestros cuerpos de la izquierda para dárselo a Valdés. Eran las once menos cinco minutos, y el día conti– nuaba como escogido para una lid pareja, con el sol casi vertical que nos dejaba ver bien las caras.
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