Antología de la Independencia del Perú

ANTOLOGIA 555 Me parece que entró en el plan del General Sucre no precipitar– las cosas, a fin de manejar económica pero eficazmente nuestra mino– ría de hombres y municiones. Así fue que al principio resistimos im– pasibles dejando que el enemigo forzara su ataque hasta presentarle al General la oportunidad que espiaba para el suyo. * La situación al romperse el fuego era, por cuerpos, la siguiente: Componía nuestra línea de tiradores, de derecha a izquierda, cinco compañías: la de cazadores de Pichincha, mandada por el Capitán Ma– nuel Barrera, pastuso; la cuarta de Voltígeros, por el Capitán Guiller– mo Fergusson; la de cazadores del Vencedor, por el Teniente .Lorenzo Hernández; luego, una de la Legión Peruana, y al extremo, otra del número 19 del Perú, haciendo un total como de 500 hombres. A nuestro extremo derecho el Bogotá, en columna, formaba un pequeño martillo avanzado hacía la falda al pie de la posición del Vi– rrey, quien cubría su parte de campo con una compañía de cazadores del Guías del General; siguiendo a la izquierda, Voltígeros y Pichincha, por columnas en masa, daban frente a la División de Villalobos. Ca– racas miraba a la División de Monet, la cual, por el terreno embara– zoso que describí, quedaba un poco atrás. Dicho terreno dejaba un claro considerable entre Monet y Valdés. La Legión Peruana, algo inclinada en vértice del ángulo, y los dem_ás cuerpos peruanos, en la misma formación en masa, quedaron contrapuestos a la División de Valdés. La reserva, caballerías y artillería, donde antes dije. Tanto por el plan del General Sucre, como por la resistencia que ofrecieron n.uestros cazadores, soldados escogidos de imtre los más ve– teranos del Ejército, se empleó más de una hora en el tiroteo de esas dos líneas exteriores y en el juego de la artillería. El último continuó por parte de los realistas tan ineficaz como la víspera en nuestro cen– tro y derecha, pues no oí decir que en todo ese tiempo nos causase allí otro destrozo que el de la olla en que se había hecho el almuerzo del General Córdoba, incidente que ocasionó risa y no sé qué chiste de un soldado. Es probable que nuestro General en Jefe, quien desde 1815 en el heroico sitio de Cartagena acredit-ó mucha inteligencia en forti– ficación y artillería, hubiese también calculado que 1de arriba para abajo sus piezas no nos ofenderían, con lo cual teníamos otra de sus ventajas cercenada por la superior maestría ,del adversario. Pero esto no era general, ni nuestros cazadores resistieron igual– mente en todas partes. Sucedió que los dos extremos del Ejército es– pañol se adelantaron un poco a Monet y Villalobos en arreciar la ofen– siva; que la batería del Virrey y sus cazadores de Guías se encarniza– ban contra el Bogotá, situado más inmediato que los otros cuerpos, y que la batería del General Valdés (para quien no existía esa desven– taja del terreno alto) empezó al mismo tiempo a ametrallar a los ca– zadores del Perú haciendo a cada tiro replegar a los suyos de suerte que dejasen claro para el paso de la metralla. Esta, y el nutrido fue– go de la infantería de Valdés, amedrentó a dichos cazadores, que no eran tan veteranos como los de Colombia; y observándolo el General La Mar cuando sereno y arrogante recorría toda su línea por en me– dio de los dos fuegos, temió que fuesen arrollados, pidió a la reserva ~l plano de Ayacucho sólo representa la posición de los dos Ejércitos antes de romr perse los fuegos porque después el Virrey se movió sobre su derecha, echó pie a tierra y fue personalmente a dirigir las operaciones del centro y de su ala izquierda, disponiendo que se bajase su artillería para colocarla, como lo hicieron, en dos puntos, de donde pudie– ra ametrallar a la División del General Córdoba, pues antes habían arrojado solamente balas.

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