Antología de la Independencia del Perú

AN-TOLOGIA 557 de disciplina que aquellos jefes que antes no nos llamaban sino mon– toneras, solamente en Corpahuaico habían presenciado hasta entonces. El enemigo presentó al fin la oportunidad que nuestro General aguardaba con previsión inflexible. Ambas divisiones del frente espa– ñol empezaron a descender. La del General Monet se detuvo en las sinuosidades de la izquierda; Villalobos dirigió uri cuerpo (el 1 9 del pri– mer Regimiento, mandado por el Coronel Don Joaquín Rubín de Celis) oblicuando a nuestra derecha, a que protegiese el descenso y monta de la artillería a los dos extremos del frente; y los demás batallones de esa División siguieron por escalones el movimiento. Por una senda del Condorcunca bajó desfilando el Escuadrón de San Carlos, a órdenes de Don Manuel de la Canal, con los jinetes a pie guiando los caballos de la brida; y otros escuadrones venían por los intervalos de los cuerpos. A pesar de la pendiente, la operación se hacía con rapidez, presidida en persona por los generales La Serna y Villalobos, y daba gusto ver osci– lar al paso esas masas de acero refulgentes con el sol meridiano. Pron- - to estuvieron dos de los batallones del último pisando la sabaneta y entraban montando a prisa los escuadrones; y dispuesta casi toda la batería del centro, empezó a vomitar plomo y metralla, especialmente contra el Caracas que vino a quedar a su frente. El plan de los realistas era disponer allí cómodamente todas Sl..l-S fuerzas; aguardar a que el impetuoso Valdés nos distrajese por la izquierda, rompiendo la División de La Mar y cargarnos al punto por el centro e izquierda, de suerte que no sabiendo a quien atender, su– cumbiésemos entre el doble empuje de masas tan superiores a las nues– tras. Pero Canterac, autor principal del plan, según entiendo, no con– tó con el ojo napoleónico que le espiaba cada paso para cargarle en el momento preciso en que la fuerza descendida no fuese excesiva para destrozarla, ni insuficiente para envolver la rota de todo el Ejército, a fin de que la retirada no lo salvase. Aunque el General Valdés, en mejor terreno y con su División bien ordenada y más numerosa que nuestra izquierda, llevado de su ardor nos comprometía por ese flanco, inconclusa todavía la formación de ataque del frente, no era tiempo aún de ordenarle la acometida de– cisiva; Sucre, por consiguiehte, ganó de mano a sus contendores de ambas alas, y puede asegurarse que dos o tres minutos que hubiese de– morado su propia acometida, habría expu~sto gravemente el éxito de la jornada. "Los enemigos (dice el mismo General Sucre en su parte) situa– ban al pie de la altura cinco piezas de batallaJ atfeglando también las masas, a tiempo que estaba yo revisando la línea de nuestros tiradores. Di a éstos la orden de forzar la posición en que colocaban la artillería, y fue ya la señal del combate. Los españoles bajaron velozmente sus columnas... Observando que aún las masas del centro no estaban en Oi'den, y que el ataque de la izquierda se hallaba demasiado comprome– tido, mandé al señor General Córdoba que lo cargase rápidamente con sus columnas 1 protegido por la caballería". Dada la gran palabra, y cargados nuestros hábiles tiradores ha– cia las baterías enemigas para despejarlas un tanto, el General Córdo– ba recorrió a galope sus cuerpos haciendo a cada cual una arenga con– cisa y enérgica, si no esmerada. Con el Pichincha ( que incluía su anti– guo batallón) fue más expresivo. "Contra infantería disciplinada no hay caballería que valga", dijo señalando la muchedumbre de jinetes

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