Antología de la Independencia del Perú

558 A N TOLOGI A realistas; y poniéndose al centro como unos quince pasos delante de sus columnas, les dio con arrogante acento aquella voz desconocida en la milicia y característica desde entonces, del héroe que la inventó y de la famosa jornada que decidió con ella: "DIVISION: ¡ARMAS A DISCRE– CION, DE FRENTE PASO DE VENCEDORES!" Imagínese la belleza de aquel General de veinticinco años en ese instante sublime. Con su ligero uniforme azul, sin más gala que su juventud y su espada, agitando con la mano derecha su blanco som– brero de jipijapa y rigiendo con la izquierda el favorito castaño claro, habituado por él a cabriolar y saltar, su rostro encen~ido como el de Apolo, fulminaba el coraje de su alma, y sus palabras vibraron como rayos por entre aquel horizonte de pólvora y de truenos en que íbamos a envolvernos. Repetida por cada Jefe de cuerpo la inspirada voz, la banda del Voltígeros rompió el bambuco, aire nacional colombiano con que hacemos fiesta de la misma muerte; los soldados, ebrios de entu– siasmo, se sintieron más que nunca invencibles; y entre frenéticos vi– vas a la libertad y al Libertador, que eran nuestr9 grito de guerra, avanzó rectamente esa cuádrupla legión de enconados leones, reprimi– da hacía casi dos horas por la diestra mano de su amo. El avance fue simultáneo de parte del Bog·otá, Voltígeros y Pi– chincha, mas no así respecto del Caracas, ya por la inmovilidad de la División Monet, o acaso por dar tiempo a nuestros cazadores para que despejasen la batería, y espacio a nuestros jinetes para penetrar si fue– re oportuno, pues Sucre y Córdoba observaron sin duda que allí pre– cisamente, y al norte, y en frente del Pichincha, veíanse ya formados unos tres escuadrones españoles, dejando el claro conveniente para la dirección de la metralla. También pudo tenerse en cuenta la situación comprometida de nuestra alá izquierda a que alude el General Sucre. Lo cierto es que los soldados del Caracas continuaron sentados, y gran número entretenidos en un juego de campamento en el cual solía ha– cer cabeza Salvador Córdoba, hermano del General y Capitán de la pri– mera compañía. Estaban sentados por descanso y a precaución con– tra el fuego de Valdés, que ya por la izquierda llegaba hasta ellos, aun– que no los distraía de su entretenimiento. Lo más corto de la batalla de Ayacucho fue lá batalla misma; ni entre tan resueltas y disciplinadas huestes podía tardar un resultado decisivo. Al moverse la División Córdoba los cazadores españoles redo-• blaron su fuego, especialmente a nuestra derecha, apoyados por el cuer– po del Coronel Rubín de Celis, que intrépidamente rompió la ofensiva lanzándose contra el acribillado Bogotá. El General Villalobos en per– sona acudió a secundar a su¡ bizarro Teniente dirigiendo contra el Vol– tígeros el segundo batallón del Imperial Alejandro con su Comandante Don Juan Moraya a la cabeza. Nuestra falange prosiguió imperturba– ble y como con los ojos cerrados, pues ya estaría a cien pasos de los in– fantes enemigos cuando sorprendió al Pichincha la vista del famoso Escuadrón San Carlos que venía por su frente a acometerle. Tan sú– bita fue l a em bestida, que no alcanzando su Comandante a dar la orden de . a.ue cerrase en cuadro, la tropa instintivamente cuadró por sí al paso - redoblado, y resistiendo el formidable choque, fueron mu– chos los jinetes que cayeron al plomo, no pocos quedaron traspasados en las bayonetas, y otros tantos a la concusión _saltaron desmontados. Variando los de atrás ppr su izquierda, siguieron adelante el imp_ulso de otros dos escuadrones que con fragor de espantosa creciente iban por entre Pichincha y Voltígeros a medirse con los Húsares de Colom-

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