Antología de la Independencia del Perú

ANTOLOGIA 559 bia. Por ese intervalo venía oportunamente el hombre fatal de la es– clavina encarnada, con su Escuadrón y el regido por el valerosísimo Comandante Herrán, quienes retrocedieron un tanto, a usanza llane– ra, para volver con sus jinetes sobre los atacantes, e hiciéronlo con tal furia que, como dice el Brigadier García Camba, "el valiente Escua– drón de San Carlos quedó casi todo en el campo de batalla", y rozan– do a Pichincha y Voltígeros repasaron por e1 :rp.ismo claro los fugitivos, que caían unos sobre otros, bajo las lanzas de sus perseguidores. De– tuviéronse éstos, conforme a orden anterior, para reorganizarse y no embarazar a nuestros infantes; pero, cebado ya en la tarea, el mismo Coronel Silva desobedeció su propia orden, y seguido del Teniente apu– reño, Diego Zurbarán y de cuatro o cinco soldados, entráronse al fren– te realista a repartir lanza por su cuenta y riesgo a otro Escuadrón que alelado y como sin Jefe, estaba en columna contra la falda de la montaña. No faltaron en él algunos animosos que advirtiesen cuán pocos eran los asaltantes, y trataron de responderles, pues recorrien– do Silva la columna por un costado, descubrió su propio costado dere– cho y le asestaron tres lanzazos; mas ya aquélla estaba como desfle– cada por las garras de un león y remolineaba esquivando el bárbfl,ro acometimiento, cuando observado esto desde el Pichincha que avanza– ba a bayoneta calada, el joven Alférez Manuel Guerrero, de Barbacoas, gritó de entre sus filas: se nos van! fuego! Los compañeros de Silva retiraban a su Jefe herido, muchos soldados dispararon, y el Escua– drón volvió caras en desaforado espanto. La esclavina encarnada fue desde luego un sagrado muy visible que apartó de Silva y su grupo la puntería de nuestros fusileros. Por ese momento, y cargando como el Pichincha, a disparo y bayoneta, al través de una lluvia de fuego que de derecha a izquierda y de lo alto abajo venía arreciando con los nuevos cuerpos españoles que descendían, Bogotá y Voltígeros, dieron la misma cuenta con el Batallón Guías del General, dispuesto en guerrillas, a quienes nada valió ni el llamarse Don Joaquín Bolívar su antiguo Comandante, ni la bravura del Capitán García; y con el 19 del Primer Regimiento de Rubín de Celis, y con el 29 del Imperial Alejandro, todos los cuales, cruzando sus bayonetas con los nuestros, sucumbieron a ,su empuje, dejando inertes en el campo al mismo García, a Rubín de Celis, al se– gundo de Rubín, a uno de los Jefes del Imperial y a muchos otros de su denodada oficialidad. "Resultado tan rápido como terrible e ines– perado (dice García Camba), produjo grandísima sensación en el Ejército real". Habiendo el Pichincha sesgado un tanto a la izquierda evitan– do los primeros escombros del San Carlos, y desembarazado por enton– ces su frente, se dirigió hacia la batería del centro enemigo; pero a su llegada estaba ya en nuestras manos. Los cazadores colombianos aco– saron y afligieron a modo de irritado enjambre aquella brigada de artillería, regida por Don Fernando Cacho, hasta que rodeada de he– ridos y muertos más que de vivos, el agil Sargento de la cuarta de Voltígeros, Manuel Pontón, natural de Bogotá, asaltó el primero uno de los cañones, y montándose en él, gritó a sus compañeros: Este es mío, sírvanme de testigos, y cediéndoselo al Pichincha, que no tardó en llegar a ese punto, siguió a su frente, ya cuesta arriba del Condor– cunca. A la sazón maravillado Caracas de que se olvidasen de él, con– tinuaba sentado ~vitando los fuegos de Cácho y de Valdés, y algunos

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