Antología de la Independencia del Perú

ANTOLOGIA 561 esforzada resistencia, y así dejó lastimosa hecatombe. Caracas había cobrado con usura sus azares de juego, y ganado el nombre sin igual de Batallón Ayacucho. Sacando bríos de mozo el respetable Virrey, más que viejo en– vejecido por su brega política y militar del Perú, había atendido a to– das partes, a caballo y aun a pie, para situar las baterías y los cuer– pos, activar su descenso ya trabado el combate, y corregir la sorpresa que después de tanta preparación le dio nuestra arremetida. Visto que cedían las guerrillas, y luego a luego los batallones de Rubín y Moraya, el Escuadrón San Carlos por tierra, dos o tres más postrados o en fuga, y ya el Bogotá en alcance de la batería que lo dominaba, to– do obra de minutos, entró en afán bajo el peso de su responsabilidad, sospechó que tal vez en ese instante el opulento Perú estaba escapán– dosele al Rey por sus manos, que su confianza había sido ligereza, su plan de batalla desatino, y que un insurgente generalillo de treinta años lo había metido en la fatal camisa de Agamenón. Adivinándose él y Canterac, puso éste en movimiento la División Monet, y corrieron a sacar a la línea el 19 y 29 de Gerona; mas como dos de los batallones vencedores acudieron tan rápidamente al centro, que su efecto no se hizo esperar, y el pavoroso desconcierto subía por instantes, sintió La Serna que allí se ahogaba, y cortando por entre muchos desbandados, previno al Bat~llórt Fernando VII, parapetado en la falda, que a su tiempo resistiese hasta morir, y ordenó a tres recién for:,:nados escua– drones, que por el espacio, a la sazón suficiente, entre Bogotá y Voltí– geros, cargasen al Regimiento Granaderos de Colombia. Dos de aque– llos escuadrones eran de la brigada del General Bedoya, y uno de los Granaderos de la Guardia a órdenes del Teniente Coronel Don Do– mingo Vidart, y con ellos querría privar de apoyo al Bogotá, desaho– garse en la llanura, y fiado en que Valdés ya atraería a buen paso nues– tra izquierda, esperó así quizá cortarnos y desconcertar todavía por retaguardia el ataque de Córdoba. Mucho valor requirieron los jefes de esos escuadrones para intentarlo siquiera, pues desde Junín veía– mos vacilar sus jinetes a cada movimiento de los nuestros; pero algo podían prometerse, en un esfuerzo unánime del tremendo impulso de tantos caballos, que en el mismo campo de Junín había desconcerta– do a nuestra caballería colombiana, chilena y argentina cuando esta– ba formando en batalla. Esta fue la última jugada del Virrey en Ayacucho, semejante a la de Napoleón con su Vieja Guardia, y su éxi– to no menos desastroso, como aparece de la ingenua relación del mis– mo Brigadier Camba, actor de ella: "Los tres escuadrones formados recibieron orden _de cargar des– de sus respectivos puestos, lo que, animados por todos sus jefes, eje– cutaron con la mayor prontitud y orden, y los lanceros de Colombia los esperaron a pie firme enristradas sus enormes lanzas. Esta nove– dad, por segunda vez presentada, y sin que hubiese mediado tiempo y lugar bastante para meditarla y contrariarla, detuvo a nuestros sol– dados delante de sus engreídos adversarios ·y en medio del fuego de sus infantes y de nuestros dispersos. Allí comenzó, sin embargo, un combate encarnizado aunque desigual, que acabó por dejar en el campo la mayor parte de los jinetes españoles, imposibilitando del to– do la continuación del descenso de esta caballería. Al Brigadier Cam– ba, en el momento en que dirigía la carga del Escuadrón reunido y formado de la btigada que ·mandaba, le mataron el caballo que mon– taba1 quedando al caer cogido de una pierna del animal. Poco des-

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