Antología de la Independencia del Perú

ANTOLOGIA 563 cierto oficial portorriqueño de índole dura, que se detuvo a pregun– tarle: -"¿y usted quién es?"- y respondiéndole él quitándose el som– brero: "Soy el Virrey, señor", alzó el sable, y parte en la cabeza, par– te en la mano, hízole una cortada.. Mas, felizmente lo vio en ese tran– ce nuestro nobilísimo sargento Pontón, el mismo dueño de uno de los cañones, que allí subía, y como numantino que era, lo reconoció-- al punto e intercedió por él vivamente, con lo cual dio tiempo a que, apareciéndose también el Mayor Rafael Cuervo, salvasen entre los dos al ilustre prisionero, y lo enviaron debidamente escoltado para su se– guridad, a la iglesia de Quinua, donde atendiesen nuestros médicos a curarlo. Cuervo y Pontón habían tomado del Virrey la noble vengan– za recomendada por el General en Jefe a los numantinos; Cuervo, siempre_generoso de carácter, reprendió severamente al portorrique– ño, y cinco días después, por aviso que él dio a Sucre, el sargento era Subteniente de · su batallón. La captura del General La Serna, harto honrosa para él, coronó al par el triunfo sobre la izquierda y centro realistas, y la heroica tarea de la División Córdoba, que fatigada de tamaño esfuerzo no tardó en recibir orden de retirarse. Veíamos la obra de nuestra izquierda, que mal podría un oficial de ella haberla olvidado.- Hablándose de Ayacucho, el público generalmente no ha tenido ojos y atención sino para nuestra ala derecha, embelesado, como es justo, con la amplitud y brillantez del espectáculo, con aquel momen– to crítico del descenso y formación de la línea de ataque española, "momento, según Miller, de interés sumo, en aue parecía hasta sus– pensa la respiración por la ansiedad de dudas y esperanzas que a la par se ofrecían a la vista de todos"; por la serenidad con que Sucre vigi– laba, y la certeza con que cortó en esa coyuntura decisiva; por el he– roico estoicismo del Bogotá y la perici9i y firmeza del Pichinchaj__ por la gallardía de Córdoba, la audacia y pujanza homéricas de Silva, y del otro lado la no menor bravura de García, de Rubín, Monet, y tan– tos otros héroes mal correspondidos de la fortuna; por la regularidad geométrica y el parejo ímpetu del ataque; por la nueva crisis que pre– sentó la tentativa de Canterac y Monet, y la magistral conversión de Córdoba sobre ellos, completada por el esfuerzo pasmoso con que hizo frente el Caracas a dos o tres de sus batallones; por la variedad de los incidentes que ocurrieron, y en fin, porque allí estaba el Virrey y el grueso de ambos Ejércitos, e indudablemente en ese costado se deci– dió la batalla desde el primer encuentro. Pero si bien de menos bri– llo e interés, la empresa de nuestra izquierda fue más prolongada y exigió una solidez de resistencia extraordinaria, con tropas en su ma– yoría novicias y contra fuerzas al principio más que dobles de lás nuestras y en condiciones iguales de terreno, excepto que el adversa– rio no podía desplegarse como qu~siera, gracias a la previsión del Ge– neral en Jefe. Téngase también en cuenta quién era Don Jerónimo Valdés, que el ya célebre Comandante Don Antonio Aspiroz lo secun– daba, y que él abrió el primero los fuegos y los cerró el último por parte de los españoles, inclusive su batería, que mientras fue suya no descansó de ametrallarnos. Por consiguiente el resultado habla muy alto del experto General La Mar, de los cuerpos peruanos, y de los co– lombianos mandados en ,su refuerzo. Si sobre el humo de sus primeros metrallazos, que dieron cui– dado a La Mar, hubiese hecho el General Valdés rebato violento por romper nuestras líneas y abrirse campo para envolvernos, el General

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