Antología de la Independencia del Perú

564 ANTOLOGIA Sucre habría tenido que cambiar de plan, empleando contra él algún batallón de los de Córdoba y tal vez desde un principio toda la reser– va. Sin embargo, dando así a nuestra temida caballería cuanta oca– sión deseaba en la llanura, probablemente habría sido otro el carácter del conflicto, pero con igual resultado, visto que ya Valdés se mediría contra unos tres mil soldados antes de que Monet pudiese, siguiendo por retaguardia su movimiento, apoyarlo con vigor y uniformidad. Aquella fue la única oportunidad de Valdés, pero desacorde con el mismo plan del Virrey, e inoportunísima para los demás jefes. Cuando vio el General Valdés que el Vencedor reforzaba nues– tra izquierda, no satisfecho con el fuego de su artillería y cazadores, hizo que avanzando un poco sus columnas en masa nos dirigiesen descargas cerradas de fusilería, las cuales siguieron por largo tiempo y abriendo claros en toda la extensión de nuestras filas. Tal vez bus– caba así nuestra parte débil, . aguardando aviso de la formación de ataque del centro e izquierda, y la orden de hacer su propia acome– tida. Llevado de su impetuoso natural, antes del necesario aviso des– tacó por un sesgo a su izquierda dos batallones (uno de ellos el Can– tabria) contra la Legión Peruana, como para interponerse entre ésta y la División de Córdoba; y distinguió al Vencedor cargándole él per– sonalmente con el resto de su División. Hizo al mismo tiempo que el Escuadrón de su costado derecho se uniese al. de su izquierda pasan– do por detrás de los infantes. Entonces fue cuando observó Sucre que "el ataque de la izquierda se hallaba demasiado comprometido", y siendo ya oportuno, ordenó a Córdoba dar su carga, y envió en nues– tro apoyo el Batallón Vargas, que pasando a espaldas del Vencedor entró por la derecha desplegado en batalla; y debidamente secunda– dos por los cuerpos peruanos avanzamos al encuentro del General enemigo. Los Húsares de Junín, a cuya cabeza iba el General Miller, siguieron nuestro movimiento, y por entre Vargas y los peruanos mar– chaban a oponerse a los jinetes de Valdés ya reunidos en columna. El avance de la División La Mar fue tan simultáneo como el de Córdoba, pero necesariamente menos regular y rápido porque tuvi– mos que desordenarnos un tanto al cruzar el arroyuelo, ocasión que Valdés no alcanzó a aprovechar. Vencedor y Vargas marcharon en batalla; 29 y 39 del Perú, y Legión Peruana en columnas cerradas, por falta de campo a su derecha; y el 19 del Perú a retaguardia de sus compañeros. Los Húsares de Colombia, destrozado ya el San Carlos y otros escuadrones realistas, estaban disponibles en cualquiera di– rección, y el Rifles en reserva aguardaba orden para cargar donde fue– ra necesario. El General La Mar recorría por la espalda sus cuerpos, acompañado de sus edecanes. Salvado el arroyo, en cuyas aguas te– ñidas en sangre calmé la sed que me devoraba, los cazadores de Val– dés huyeron a · incorporarse a sus masas, y abandonada por ellos la artillería que estaba al centro, cayó en nuestras manos. En esos mo– rpentos fue pasado por el pecho el Coronel Luque, Comandante del Vencedor, y tomó su puesto el Mayor Agustín Anzoátegui, sin que tal desgracia nos retardara el paso. Sorprendido Valdés con nuestro mo– vimiento, y resonando ya tal vez en sus filas, al menos en los dos cuer– pos destacados hacia el codo de nuestra línea, la catástrofe que a ma– nera de terremoto venía envolviendo rápidamente la izquierda y centro del Ejército español, hizo alto, y nos aguardó a pie firme. Nuestro bien dirigido ruego hacía brechas en sus columnas y empezó a desor– denarlas, mas no sin costo, pues en ese espacio quedaron fuera de com-

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