Antología de la Independencia del Perú

ANTOLOGIA 565 bate los capitanes Dorronsoro, Gil Espina y Granados, del Vencedor, el Capitán Miró y el Teniente Ariscum, del Vargas, el Teniente Coro– nel Ramón Castilla, del Estado Mayor Peruano, el Capitán Miranda y los Tenientes Posada y Montoya, del 19 del Perú, los Subtenientes Iza y Alvarado, del 29, el Teniente Suárez, de la Legión Peruana, el Teniente Otálora, y otros Oficiales. Vueltos los cañones contra el enemigo (aunque sin un artillero que los manejara), amagamos a unos veinte pasos de él concluir el ataque .a la bayoneta; pero no nos aguardaron a pesar de la resolución ,y aun rabia de su General. De– sorganizadas las primeras filas, toda la infantería se desgranó en _ins– tantes; la caballería, entre tanto, resistió menos que los peones, pues no atreviéndose a protegerlos ni a esperar el ataque, huyó al sólo pre– sentarse Miller y Suárez con los afamados Húsares de Junín. Con es.: to se completó la derrota por la izquierda, y sin oírse otro tiro de fu– sil, nuestra 1 abor quedó reducida a perseguir al enemigo en su fuga y hacerle prisionero. El General Lara con- el Rifles había reemplaza– do a Córdoba en Cundurcunca, y aquél y La Mar, como lo expresa el General Sucre, debían reunirse en la persecución en los altos de Tam– bo, a un cuarto de legua hacia el norte de aquella eminencia. "El General Valdés, dice García Camba, extremadamente afec– tado a la vista de tal desastre, buscaba como de intento la muerte, y hasta llegó a sentarse sobre una piedra para que los vencedores lo aca– baran; mas el valiente Coronel don Diego Pacheco y otros Oficiales le obligaron a abandonar tan temerario empeño, y a continuar retirán– dose hacia la cumbre de la cordillera".Cónstame la verdad de este in– cidente, pues el Capitán o Mayor Mediavilla, uno de los Oficiales a que alude Camba, me lo refirió. Cubierto de un capotón azul de carro de oro y ladeado en la cabeza un sombrero de vicuña color de caneJa co– mo el del Virrey, estaba sentado en aquella piedra el simpático Gene– ral, como atónito bajo el peso de la fatalidad, cuando volviéndose a Mediavilla le dijo, en tono de despecho: "Mediavilla, dígale usted al Virrey que esta comedia se la llevó el demonio". -"Qué piensa usted hacer?" le preguntó el Oficial. -"No sé", respondió Valdés. -"Todavía podemos hacer una honrosa capitulación'.', replicó aquél; y contestándole el General: "dice usted bien", montó a caba– llo y se dirigió a la cumbre a conferenciar con los demás Jefes sobre ese triste término de la jornada. ¿Llamó Valdés comedia tan sangrienta batalla? Palabra aira– da que nada significaba sino la estupefacción del que la dijo, al ver deshecho en un instante aquel Ejército acostumbrado a triunfar de tropas indisciplinadas. ¿De expresiones como esa tomaría pie la ri– dícula especie de que los Jefes españoles se habían vendido? Mal pu– do calumniarse Valdés a sí mismo y a sus compañeros, que perdiendo el Perú, nada ganaban en España sino el desprestigio, aparte de que todos ellos jugaron su vida en este campo, con un plan indiscreto y pésimo, mas exponiéndose intrépidamente como Jefes y aun como soldados. Aquella calumnia procedió de la ignorancia crasa que ha– bía en la Península sobre las cosas y los hombres de América, igno-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx