Antología de la Independencia del Perú

ANTOLOGIA 617 PubJicó el periódico Nuevo Día del Perú en los días más negros de la guerra de la independencia. Fue nuevamente ministro de Hacienda y, más tarde, miembro del Consejo de Gobierno y jefe de él en los días que siguieron a Ayacucho, con motivo del viaje de Bolívar al Sur. "Prin– cipié (escribió él mismo aludiendo a esta etapa al retirarse a la vida privada) un trabajo activo para organizar la administración pública. Tuve la felicidad de poder vencer las dificultades de la situación, de pagar el ejército y los buques que sitiaban la plaza del Callao, las lis– tas dvil y eclesiástica y de restablecer las comunicaciones y atender con la mayor exactitud posible a todos los servicios, mientras se obli– gaba a capitular a las fuerzas de la fortaleza del Callao". Al lado de esta obra hacendaria desarrolló una importante obra administrativa reflejada en múltiples reglamentos y decretos. En esa época Unanue contribuyó también a salvar los territorios del Nor-Oeste peruano. Continuó al lado de Bolívar durante casi dos años después de Ayacu– cho porque le obsesionaba la idea de conservar y consolidar la paz. En su discurso de 3 de abril de 1825 llegó a afirmar con intuición geo– política: "El Perú está colocado en el centro de la península austral. Es fiel de la balanza entre las Repúblicas que la pueblan, y así como estará su mayor prosperidad y dicha en permanecer tranquilo a la sombra de un buen régimen; así le sobrevendrá un cúmulo de desas– tres si se envuelve en nuevas revoluciones y anarquía. Lo invadirán y lo dividirán todos ... " Un año y cuatro meses más tarde, en agosto de 1826, admitió, llamándole Bolívar en esa oportunidad "honrado y recto y poseedor de firmeza y energía en las crisis más difíciles" . El 1 Q de setiembre, día en que se retiró para siempre de la vida pública, firmó un reglamento que Carlos Enrique Paz Soldán ha llamado "ver– dadero Código de Sanidad". En la paz de su hacienda de Cañete, ro– deado del olvido y de la ingratitud, vivió hasta 1833. La censura, la burla o la sospecha ante quien con tanto brillo descolló en las postrimerías del Virreinato y, lejos de apagarse, emer– gió por encima de las violencias de la emancipación, eran explicables cuando se creía que entre ambos períodos hubo un abismo infran– queable .Hoy tenemos, a este respecto, una mayor higiene de las ideas, vemos mejor la lógica del acontecer. Hoy comprendemos que hubo una íntima continuidad, una estructura ineludible -el Perú- deba– jo de los sucesos ocurridos durante los gobiernos de Croix, Taboada, O'Higgins, Abascal, San Martín, Riva-Agüero y Bolívar y que Unanue estuvo al servicio de esa realidad en formación. En su alma, como en 'la de tantos de sus c0ntemporáneos, se fue produciendo, a lo largo de log años, un drama constante, y a los tremendos dilemas de su tiem– po dio la respuesta que le pareció mejor, aun cuando ella no fuera la misma frente a las distintas coyunturas o probabilidades históricas. El reformismo que soñaba en una especie de Comunidad entre España y sus provincias ultramarinas, similar a la Comunidad Británica de nuestros días, hubiera evitado los horrores de la guerra; cuando ·él ya resúltó imposible, la fórmula de la independencia con un sistema mo– nárquico parecía que hubiese podido evitar, según el criterio de al– gunos hombres cautos, la "subitaneidad del tránsito" de una época a otra época, como en el Brasil; Riva Agüero pareció inevitable ante la impotencia y el desprestigio de la Junta Gubernativa, pero luego

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