Boletín informativo de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú Nº 13
por nuestro fogoso Vidaurre. Cedieron a la pres10n de los intereses representa– dos por los hacendados, pero no hay que olvidar que los propios textos constitu– cionales de los Estados ·norteamericanos y el Federal venezolano, obedeciendo, a su vez, a causales de sus propias realidades, habían transigido con la tenden– cia esclavista, raíz de tantas luchas dramáticas. En el debate sobre la religión del Estado se refleja otra escisión de esos ideó– logos liberales burgueses. El verdadero espíritu de la Revolución Francesa era enemigo de la libertad religiosa y, en 1793, el deísta Robespierre se opuso a ella y al pedido de Fonfréde, en rechazo a todo principio que no fuera el que alegaba pro– fesar sobre el Ser Supremo. En nuestra primera Constituyente, fue la fuerza de la opinión pública la que decidió la polémica a favor de la intolerancia religiosa, y acalló las voces conciliadoras de asambleístas, como Olmedo, Arce, Mariátegui, Luna Pizarro, Requena y Rodríguez de Mendoza. De modo similar a las constituciones revolucionarias francesas, se establece, en el artículo final de las Bases, que la futura Constitución debería sujetarse a la ratificación o reforma de un Congreso General de los Diputados de las Pro– vincias, en ofrenda a la aceptación del pueblo soberano, definido en 1793 por la Montaña, como la universidad de los ciudadanos franceses. Cierto es que las Bases nacieron con graves heridas, al desnaturalizarse ellas mismas acatando a los caudillos de turno, pero cabría observar que quizá su fuer• za estuvo en su misma debilidad. Como expresara, años más tarde, José Gregorio Paredes, tres Congresos de Europa y uno de América habían sido disueltos y nuestros Constituyentes, en medio de las borrascas de guerra y tiranías domésticas, supieron supeditar en cada caso y a su manera, esa entrega del Poder a la So• beranía del Congreso. Fueron aquellos, sucesos de necesidad ineludible, como le ocurrió al Senado romano con Quinto Fabio Máximo, pero el pueblo no renunció a sus derechos ciudadanos y las Bases mantuvieron su vigencia legal. En las horas actuales, también llenas de promesas para las jóvenes sociedades de nuestra América, quebrados, desde antaño, los mitos del antiguo liberalismo, tanto en el orden de la economía capitalista, como en el de sus formas políticas, muchas de nuestras instituciones han perdido su savia original. Era frágil el régi– men del liberalismo individualista, porque su duración se conformaba a la esta– bilidad social y económica y suponía un equilibrio basado en la razón. El nuevo derecho impone también otras formas, condicionadas por el empuje y acción decisi– va de las masas y con el predominio de los derechos e intereses sociales. Se requie– ren nuevas fórmulas, equitativas y justas, porque la conciencia de los pueblos exige siempre soluciones jurídicas. Volviendo la mirada al pasado de nuestra nacionali– dad, y no empece ese naufragio de las ideas y principios que sustentaron nues– tras Constituciones, se divisan aún las luces encendidas de las primeras declara– ciones de los clerechos del hombre en sociedad y de los límites necesarios a los diversos poderes estatales. 34
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