Boletín informativo de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú Nº 17

infatigable de la libertad. Como era empeñoso, cuando se trató de buscar los restos de Sánchez Carrión, se trasladó a Lurín para acometer la excavación, poco menos que personalmente, hasta ubicarlos y darles el reposo y rendirles el ho– menaje que merecían. Había nacido en Chorrillos, de lo que solía enorgullecerse con risueña estri– dencia, en los albores del siglo. Su generación es la del Centenario, la de Luis Alberto Sánchez y Raúl Porras.- Era un patriota intransigente y apasionado, a la antigua usanza. Tenía, al rojo vivo, la herida de la guerra con Chile. De su civis– mo desinteresado y limpio de toda mezquindad y todo apetito, son testigos de excepción el General Felipe de la Barra, presidente del Centro de Estudios His– tórico-Militares y del Instituto Libertador Ramón Castilla, entidades de las que don Tomás fue Secretario, y el General Juan Mendoza Rodríguez, presidente no menos dinámico de la Comisión del Sesquicentenario de la Independencia, que también lo contó entre sus miembros. En el diario "La Prensa", en la época en que estuvo dirigido y animado, al alimón, por José Quesada y Guillermo Hoyos Osores, peruanos insignes, escribía regularmente con el seudónimo de "El Conde de Calabria". Más tarde, y casi hasta el fin de sus días, publicó colaboraciones, generalmente sobre tema histó– rico, en "El Comercio", por el que profesaba veneración, invulnerable a cualquier crítica y hasta conato de crítica. Estaba particularmente dotado para el perio– dismo en el género del ensayo, porque unía, a la formación clásica y el bagaje universitario, .el interés, casi obsesivo, por la actualidad. Como no era y no podía ser político, pues lo vedaba, de modo terminante, su temperamento conciliador y pacífico, y como era nada sectario, se honraba con la amistad de personalida– des señeras y entre sí tan distantes como don Luis Miró Quesada, Víctor Andrés Belaúnde y Manuel Seoane. Era un anfitrión absolutamente excepcional, en esta Lima en que ya quedan muy raros ejemplares de la especie. Buen anfitrión no es cualquiera. No basta la largueza. Tiene el buen anfitrión que saber apreciar lo excelente y tener, por lo tanto, finura de alma. Tiene, además, que tener entusiasmo para compartirlo con abundancia. Anfitrión cicatero o tacaño, bien podría cortarse la coleta sin agravio ni daño para nadie. Don Tomás gustaba de la buena mesa, de los bue– nos vinos, de los buenos libros, de los buenos cuadros, de la buena música. En una palabra, gustaba de todo lo bueno y experimentaba la satisfacción más ge– nuina al compartirlo con sus huéspedes. En la "cave" de don Tomás, en los buenos tiempos, no faltaba el rosado Tokai de Hungría para iniciar las comidas y despertar y orientar el apetito. No faltaba tampoco, para clausurarlas con el postre, el Chateau d/'Iquem, ya mencionado en Dostoiewski, dorado como las hojas de los árboles en otoño, y en el que es casi tangible, casi sólido, el sabor de uva italia y hasta de la pepa de la uva. En los intermedios, no faltaban vinos del Rhin o del Mossela, entre los blancos, y no faltaba, entre los tintos de la familia Burdeos, el Chateau Laffite, de la maison Ros– tchild. 293

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