Boletín informativo de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú Nº 17

quilamente su ejército en la costa sin el temor de que la lucha pudiera enta– blarse cuando aún los aprestos bélicos patriotas no estaban terminados. Una vez que todo estuviera a punto iría en procura de los realistas para batirlos en su propio reducto. Diversos historiadores consideran que esta es la etapa más intensa y fe– cunda de Bolívar en el Perú: la de los preparativos para la campaña final. Estos se hicieron entre los meses de enero y junio de 1824. El período más activo cubre los meses de marzo a junio. Junto al Libertador, colaborando en todo con él, estaba su único ministro, José Faustino Sánchez Carrión. Donde estaban ellos estaba el Gobierno y, sobre todo, la esperanza. Las innumerables cartas que envía el · Libertador durante esos días febriles nos ofrecen un testimonio fehaciente de lo absorto que estaba tanto en los grandes como en los pequeños problemas. Sus secretarios caían literalmente agotados por el esfuerzo titánico al que los sometía dictándoles órdenes, ins– trucciones, consejos, etc. Las cartas de Bolívar son duras, secas, a veces violen– tas pero siempre eficaces. A su lugarteniente Antonio José de Sucre le dice: "He amenazado con marcharme del Perú si en un mes no me dan dinero para cubrir los gastos del ejército". Al Libertador le resultaban incómodas las actitudes benévolas cuando de por medio estaba el bien de la Patria. A Necochea, que había quedado a cargo de Lima, le escribe diciéndole: "Todos están conformes y contentos con usted, pero yo le seré sincero: estoy furioso con us_ted por su bondad, la guerra no se hace por el amor de Dios". De esta forma le reprochaba el que no se hubiera apresu– rado en recoger los cien mil pesos de contribución a la causa patriota que el Libertador había impuesto a la capital . Al terminar la misiva decíale: "Mi que– rido general, más fuerte y menos bueno". En la organización del ejército, Bolívar no sólo se preocupó del adiestra– miento de sus heterogéneas tropas sino, sobre todo, del buen herraje de las ca– balgaduras que iban a emprender una difícil y penosa marcha por los riscos de los Andes. Muchas, muchísimas y extensas son las cartas del Libertador a sus subordinados en las que toca el tema de las herraduras. A cada instante insiste en que se utilice buen hierro y buenos clavos. Personalmente decía: "Yo no mar– cho de un lugar a otro sin llevar fragua y buenos herreros". Y así era en verdad. Otro asunto de vital importancia era el avituallamiento del ejército. Necesi– tábase atender la alimentación de miles de hombres y miles de cabalgaduras de toda clase. Bolívar opinaba: "No importa lo que quede atrás, lo esencial son los alimentos; no hay que dormir ni de día ni de noche en este empeño". Estas palabras las repetía a todas las autoridades de los pueblos por donde marchaba el ejército libertador encontrando en la mayoría de los casos abnegada y decidida colaboración. En mayo el tono angustioso de las cartas, exigiendo el máximo esfuerzo de todos para equipar el ejército, comienza a desaparecer. Y es que entonces :Yª . se 315

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