Boletín informativo de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú Nº 17

adjunto: por él se han entregado todos los restos del Ejército español, todo el territorio del Perú ocupado por sus armas, todas las guarniciones, los parques, almacenes militares y la plaza del Callao con sus existencias". El hombre que había dirigido esa difícil campaña y ganado esa victoria de– cisiva era el general venezolano Antonio José de Sucre. Tenía entonces veintinueve años de edad, había nacido en la luminosa playa de Cumaná y desde los quince años, en el alba del movimiento de 1810, había entrado a luchar por la causa de la Independencia. Era una rara mezcla de talento militar y de virtudes morales. Esa generosidad y moderación, de que da muestras en la capitulación de Ayacu– cho, no era sino de manifestación espontánea de su carácter . Amaba a Bolívar como a un padre, detestaba la política y la intriga. Al día siguiente de Ayacucho, abrumado de honores, proclamado Gran Mariscal, señalado para ejercer el poder supremo en el Perú y en la futura Bolivia, insiste en querer separarse del mando, ya terminada la guerra, y retirarse a la vida privada. Parecía sentir una repug– nancia moral invencible por el mando y por el maquiavélico mundo del poder. No hay ninguna figura militar superior a la suya en toda la historia ameri– cana. Fue un gran general frío, reflexivo, culto, conocedor de la historia y ·de la geografía, con una mirada segura para apreciar las condiciones de una campaña y las peculiaridades de un terreno. Prefería abiertamente las maniobras de los batallones a las de los políticos. Era un hombre cuya capacidad militar le permitía ganar la guerra y asegurar la paz y cuyo desprendimiento y nobleza de sentimientos lo hacía un modelo de almas libres. Bolívar se· dio cuenta pronto qe todo lo que valía aquel joven oficial modesto, callado y laborioso. Era, sin duda, el hombre que ostentaba todos los títulos y ca– lificaciones para suceder al Libertador en la dura empresa de hacer una confe– deración republicana con los países de la América Latina. Sin embargo, para ese empeño le faltaba ambición personal. Después de renunciar irrevocablemente a la Presidencia vitalicia de Bolivia, se retira a la vida privada en Quito. Sueña a ratos con volver a su Cumaná nativa. Dos veces regresa a la vida pública La pri– mera cuando el General La Mar se pone en armas contra la unidad colombiana. Toma el mando del ejército y lo desbarata en el Combate de Tarqui. La segunda cuando, én el final de su desmedida lucha por salvar la umon, Bolívar lo llama a Bogotá al Congreso de 1830. Era tal vez, el único que poaía encarar el caos destructor que se avecinaba de manera incontenible. Al regreso, en la montaña de Berruecos, lo emboscan y lo asesinan. Cae pocos meses antes de que Bolívar muera. Acababa de cumplir treinta y cinco años. 321

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx