Boletín informativo de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú Nº 19
país. Aquí quedaron sin vida varios oficiales ecuatorianos, - entre ellos los jó– venes tenientes Sevilla y Prieto y centenares de soldados. Toda una familia de morenos del Guayas, la familia Arana, pasó aquí de la primera fila del "Ven– cedores" al sitio reservado a los inmortales. La historia ha guardado el nombre de dos valerosas mujeres ecuatorianas que con uniforme de soldados se cubrie– ron de gloria en Ayacucho; son ellas Gertrudis Espalsa e Inés Jiménez, conde– coradas y licenciadas después de la gran bátalla. Y junto al nombre de esas dos valientes evoquemos hoy los de los Jefes y Oficiales ecuatorianos cuyo esfuerzo se unió al de los demás americanos que lucharon para concluir la epopeya de la libertad: José de la Mar, .Antonio y Juan Francisco Elizalde, Juan Francisco Morán, Baltazar García, Francisco Valverde, Guillermo Bodero, José Hilario Indabubu, Isidoro Viteri, Augustín Franco, José Manuel Quevedo, Fulgencio Rocha, Antonio Suárez, Antolín Bastinza, Feliciano Ledesma, Manuel Salcedo, Gaspar Santisteban, Mariano Soto, José López, Fran– cisco Quesada, Isidoro Pavón, Lorenzo de Garaicoa, Francisco de Paula Lavayén, Juan Francisco Antepara, Juan de Mendiburu, Carlos Acevedo, Guillermo Me– rino, José Pildrahita, Alejandro Vargas Machuca, Baltazar Rivera y Nates, Flo– rentino León, José Raymundo Ríos, Antonio Baquero, José Delgado, Pablo La– rrea, José Flores, Antonio Almeida, Carlos Arboleda, Hipólito Tuf_iño, y _otros innumerables Oficiales, Clases y Soldados, héroes ignotos pero igualmente pro– ceros y acreedores del· imperecedero reconocimiento de nuestra patria americana. He aquí algunos de los hechos que no podemos olvidar y cuyo recuerdo debe servirnos de estímulo para que, inspirándonos en esta conjunción de sangres hermanas que hicieron posible el triunfo de Ayacucho, mantengamos latente las lecciones de nuestros libertadores. Ayacucho es la libertad. Pero es también la recuperación de la conciencia del hombre americano, la constitución del hogar propio, independiente y en paz. De tiempo atrás estamos haciendo retórica sobre lo que n:os corresponde hacer ahora en nuestras patrias, al conmemorarse ciento cincuenta años de la gesta inmortal. Lo que expresamos lúcida y sinceramente sobre la segunda in– dependencia, debe llevarnos a una suma de a·spiraciones y concreciones que dé a la virtualidad de este sesquicentenario perfiles ciertos y definitivos. El examen de conciencia debe extenderse al propósito de acción: lograr, efectivamente, que los conglomerados hu:m,anos de nuestros países· se incorporen a la vida de civi– lización. Sólo cuando nos hayamos revelado contra la realidad de un orden económico que no puede ser aceptado por más tiempo, estaremos satisfaciendo las legítimas aspiraciones populares, hasta hoy, día frustradas por las limitacio– nes que frenan y entorpecen el progreso económico. Nuestra América Latina con sus cercanos 300 millones de habitantes, con qna elevada tasa de crecimiento demográfico, se encuentra frente a · un reto in– soslayable para su desarrollo. Las estadísticas han señalado que el ingreso bruto 17
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