Bolívar, Ayacucho y los tradicionistas peruanos

cutipas del maíz, el aporco de las papas y más ge– neralmente, para la cosecha de éstas. Mientras dura el trabajo de la minga no faltan cerca de la chacra uno, dos o cuatro cajeros que, con huactana en mano, ejecutan alegres tonadillas; mientras la peonada riega la tierra con el sudor de su frente, y las mujeres cantan y danzan escancian– do la chicha, que el jornalero gusta tomar a boca de calabazo, botada la coronta, y sin medida. Allí se oyen aquellos cantarcillos de las chinas que echan verso al patrón o a los huéspedes más dis– tinguidos, engalanadas las trenzas con manojitos de lindísimos candos; cubiertas las espaldas con !a vistosa lliclla; una de las manos apoyada en la grue– sa cintura y la otra con el pañuelo pintoresco; alto el pollerón, lleno de talcos, dejando ver la gruesa pierna y el pie lavado¡ llena de guallcos la garganta y desnudos los brazos, gruesos y duros como de ma– dera torneada; áspero el cucuchi y los dedos llenos de anchas sortijas de oro con grandes piedras fal– sas; los pechos levantados, como limones reales, bajo el monillo de percal. Era el año en que Don Simón llegaba por se– gunda vez a la provincia de Cajabamba y se halla– ban en los alrededores de esa población en plena cosecha de papas. Uno de los más acaudalados pro– pietarios de aquel lugar, tuvo la feliz ocurrencia de invitar a su minga al ilustre Libertador; y éste, la más feliz aun de contestar que iría acompañado de su ejército. 104

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