Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución de Huánuco, Panatahuas y Huamalíes de 1812

96 ELLA DUNBAR TEMPLE fuese, a menos que se dirigiese a comunicar instrucci_ones y planos (debe ser planes) para la guerra. Con esta Orden fué más intolera– ble el despotismo de los mandatarios de Ultramar, en cuantas par– tes tenían la desgracia de depender de su capricho. Parece que este era el único código que consultaban en el gobierno de aquellas pro– vincias y parece que esta era la voluntad de su comitente. Por lo menos, en la isla de Puerto Rico, fué manifiesta y terminante por medio de un Decreto despachado en 4 de septiembre de 1810, tan escandaloso y bárbaro que, en el discurso que pronunció contra él el diputado de aquel distrito, dijo que tal vez no tendría ejemplar en Constantinopla. Las Cortes llamadas Extraordinarias le revo– caron a instancia de aquel representante; y, haciendo trascendental a todo el continente americano su revocatoria, dieron a entender que la Regencia favoreció con tal Decreto la arbitrariedad de los demás Jefes de Ultramar". "Aunque los sucesores en la Central, en otra Orden de 30 de abril de 1810, prohibieron que entrasen y circulasen en América otros papeles públicos que los comunicados de oficio por el conducto de sus respectivas Secretarías, no se ignoró el acontecimiento escan– daloso del Decreto de comercio libre para aquellas provincias, conce– dido y abolido al momento que lo supo la Junta de Cádiz. Aun no se habian acabado de imprimirse (así dice) - las Ordenes, cuando sa– lió la de 22 de mayo, declarando apócrifo el Decreto de aquella liber– tad y condenando a las llamas cuantos ejemplares se hubiesen im– preso. Tal era la preponderancia de la Junta desde que fué menes– ter que mediase el Embajador británico para que ella reconociese al nuevo Gobierno sucesor de la Central y tal debía ser la cautela de Ultramar, para no aventurar su seguridad a tantos vaivenes, nuli– dades y vicisitudes. Si el que obra bien no aborrece la luz, a que fin reducir a los americanos a la miserable condición de no leer sino los periódicos que ~nvíase la Regencia y a no saber más sucesos que los que ella quisiese". "Sin embargo de todo esto, la conducta de los nuevos Gobier– nos que se establecían y trataban de establecerse a nombre de Vues– tra Majestad en aquellos países, estaba reducida a no reconocer con reconocimiento obedencional a la Regencia, pero sin perjuicio de aquel con que, a pesar de la mala inversión y falta de cuenta en los cau– dales procedentes de América, estaba siempre pronta a nuevas ero– gaciones por la causa de Vuestra Majestad. Son cuantiosas las gra– tuitas Y ~oluntarias que salieron de aquellos territorios; pero, como la Regencia nada aceptaba, _si no precedía la ciega obediencia, y, fal– tando esta, declaraba y ha~ia la guerra cerrada, por consiguiente, la

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