Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución de Huánuco, Panatahuas y Huamalíes de 1812

120 ELLA DUNBAR TEMPLE sería uno de los más felices macabeos, a quien la sabia provi– dencia premiaba superabundamente sus dichosos dias con los ma– yores excesos de su divina liberalidad. Esto lo ha proclamado siem– pre en el púlpito sagrado a toda su feligresía este pastor que ha de– rramado lagrimas incesantes, y que moriría contento por su Rey y Señor de su vida y de sus entrañas. Despense U. Señoría este in– deliberado transporte de mi amor, y volvamos al proyecto. ¿Acaso serian tributarios los curas porque hemos socorrido ca– torce años el erario, sufragando para el real subsidio? ¿Todo el gre– mio eclesiástico no ha merecido en todas las provincias de la Améri– ca este honor en tanto tiempo? ¿En todas partes no han contribui- . do frecuentes donativos para auxilio de la corona, sin que jamás sea reputado ningún individuo con la grosera tacha de tributario? Tampoco aquí la sufririamos si se cumpliese con la defensiva contribución, no presentándose· otro arbitrio para la total seguridad y conservación de los dominios del Monarca, siendo esta ciudad la garganta -de las inmediatas prqvincias, según los planes topográfi– cos de estos circunvecinos lugares. ¿Quién usando de atentas y re- 'flexivas consideraciones, podrá dudar que la completa victoria de– bida a su valor, que reportó U. Señoría en la presente expedición ha constituido la seguridad que ha salvado del contagio a casi toda la América y Bajo Perú, según el fermento que se traslucía, y se ha contemplado por el estado de las cosas? Luego, si de aquí depende la sugeción y el respeto, de aqui también depende la seguridad de las provincias. Luego, el conservarse este punto esencial por tenor de consecuencia, es conservar los demás que se miran integrantes a la seguridad de esta ciudad. Luego debemos calcular, si es posible has– ta lo infinito, los medios para esta seguridad; píntense estos con los más vivos y halahüeños barnices, directa e indirectamente, venimos siempre a parar en el plan proyectado como el más ventajoso e insen– sible; muchos, y entre todos los clérigos y demás eclesiásticos, se ofrecen a contribuir voluntariamente. Luego ya entramos en el plan. Pero avancemos analíticamente un poco más y deduciremos que mi plan está no sólo corroborado por mis fundamentos y razones de– mostradas, sino comprobado y congruente al derecho de gentes, al natural, al divino, y confirmado por los más sabios juriconsultos y canonistas, que todo esto lo realza para propugnarlo, sostenerlo y apoyarlo para su prosecución; con los laudables exemplos de los indi– viduos de la metropoli queda suficientemente probado el primer miem– bro del aserto, y el derecho persuade que ubi est eadem ratio, idem fus constitui debe.

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