Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución de Huánuco, Panatahuas y Huamalíes de 1812

122 ELLA DUNBAR TEMPLE vida civil y moral, bienestar, y de las propiedades del Monarca, que en ,.nuestras manos consiste resguardárselas. Discutir cuestiones so– bre éstos sólidos fundamentos es una .impiedad, como contestó un sa– bio refiriéndole las doctrinas de Calvino. Pero lo que admira ·Y corrobora más mi intento y el proyecto grabado en mi plan, es la sentenciosa doctrina de los más célebres jurisconsultos y canonistas, adornada y apoyada con una probabi– lidad intrínseca y extrínseca, tan teórica como práctica, de Reinfes– tuel, Fagnano, Vignatelli, Bustorfio, y el sapientísímo Barbosa. Es– tablecen estos sabios doctores: «que cuando es tan común la necesi– dad y tan urgente, para asegl).rar el bien público de un lugar o re– pública, están todos los que la componen obligados a contribuir; y que las pensiones que se impongan no deben dejarse para contribuir al consentir o disentir, al asce~so o discenso de los individuos que componen el lugar, ni al arbitrio o voluntad de ellos, sino deben que– dar a la voluntad y arbitrio, a jure est ratione regulator, regulado por la razón y el derecho. "Leg. Fidei comnissae. 11 ff. 7 De legatis 3, y que en tales casos de urgente necesidad se le deben echar pen– siones aún a las iglesias: subsidia per Ecclesias existiment et duxe– rint conferenda.» Esto se confirma y lo vemos cumplido con la conducta santa de muchos padres de la iglesia; en San Crisóstomo, San Ambrosio, y aún el Padre San Agustín enagenó y vendió los vasos sagrados para socorrer las urgentes necesidades de Cartago. ¿Qué no hubiera he– cho y practicado para conservar y guardar una ciudad? Luego el proyecto de mi plan tan fundado, no fué aereo como pensaron mu– chos sin tener reflexión ni crítica, sino un proyecto sólido de un fiel patriota, amante del bien común, y sobre todo amante de su sobera– no, congruente a todo derecho, a toda sana razón, acomodado a la pobreza y circunstancias lamentables de ésta ciudad, a la prudencia .que es la recta razón de obrar y discurrir, al~ verdad que no se preo– cupa, a la justicia que persuade su observancia, a la naturaleza que nos enseña a enternecernos por las afecciones del Monarca, a Dios que nos ha grabado en el corazón el cumplimiento de nuestros debe– res, y finalmente a la autoridad de los más ilustrados Doctores que debemos abrazar. Repito a U. Señoría que la necesidad constituye la .voluntarie– dad para obligarse todos, sino se predica ·por algunos pseudos pro– fetas lo. contrario, echándole la carga al Rey; todo los más tienen prontitud proporcional y no carecen de resolución, y todos gritan con razón por el órgano de su pastor reuniendo en él sus voluntades y sus lenguas, para suplicarle con los más vivos encarecimientos de

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