Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución de Huánuco, Panatahuas y Huamalíes de 1812

LA REVOLUClóN DE HUANUCO DE 1812 389 digo. Que el termino e trecho con el que se me concede el Pro eso para formalisar mi defensa en una Cau a tan grave, y de tanta transcendencia parece que debe excusarme de un alegato qual lo exijen las circun tancia , y solo contraherme a fundar mi opinion destruida en el Oficio de Vuestra Señoría con echos verdaderos, y destruir las sombras que la han ob curecido para Vuestra Señoría y el Público, desgraciada condicion del hombre que nesecitando acciones propias aplaudidas por todos para er tenido por hombre de bien, es conde– nado a la infamia por ser solo descuido que no pudo evitar por hom– bre, y a quien dió un color horroroso la maledicencia. Vuestra Seño– ría es un Juez Justo, y oyendome conocera si yo soy aquel a quien tan c1·iminal han pintado a sus ojos las atestaciones de unos hombres que no mereciendo para si la buena opinión publica, no pueden ser los instrumentos con que se destruya la agena. Para calificar la mía es presiso hacer a Vuestra Señoría una relacion de mi coducta desde el momento de la irrupcion que hicieron en esta Ciudad los Yndios de Panatahuas, y de este Partido. Desde que se ordeno por mi Coronel saliesen de ronda las Pa– trullas de Caballería para contener el desorden que se tenia con fun– damento, tome el mas vivo interes por la tranquilidad, y seguridad pública y obedeciendo las veces que se me 3eñaló para comandarla, hice toda diligencia para sostenerla como puede testificarlo la misma tropa, y haviendo hallado un Pasquín sedicioso, lo presente a mi Co– ronel y exprese mi indignacion en su presencia, contra sus autore D. José María Templo, Don José Barzero y Don Estevan Placencia oyeron mis sentimientos en/ .v esta ocacion, y no fueron ellos cierta– mente los fríos relatos de el echo que hace un sedicioso si el acalo– rado patriotismo de un Español honrado. Animado del mismo a la primera voz dejé mi cama el sabado 22 de Febrero a las 12112 de la noche con la noticia de llegada de los Yndios al Puente de Guayaupampa. Llegué a la Plaza Mayor y ha– llándo .en ella a mi Coronel Don Pedro Antonio de Echegoyen con otras personas, ofrecí a mi Jefe mi persona para el destino que ha– llase combeniente exponiendole no tenia mas armas que mi espadín regrese a mi casa, y encillando precipitadamente un bestia me enca– mine al Puente en compañia de Don Mariano Truxillo y de su yerno al atravesar la calle me vieron pasar acia el puente Don Diego Ada– lid, y Don Francisco Arteta que se hallavan montados en la e quina de la Administración de Rentas. Como no tenía armas de fuego no podía obrar contra el enemigo que las tenia; y a quien se hacia por nuestra parte alguna resistencia al paso del puente con escopetas mal municionadas. Apesar de todo yo me mantuve am hasta el amane-

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