Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución de Huánuco, Panatahuas y Huamalíes de 1812

LA REVOLUCION DE HUANUCO DE 1812 393 El hombre Señor Governador Yntendente no pasa en un mo– mento de una conducta honrrada a lo sano del crimen.. Las acciones humanas tienen sus grados en el corazón del hombre, y a pesar de los desvarios de que es capaz la fragil naturaleza, nunca se vé que el hombre llegue al colmo del delito, sino por una graduacion que observa cierto orden en el desorden mismo. Yo Señor que el dia que me retiré a la Montaña era a toda luz un hombre honrrado aparesco repentinamente a los ojos de Nuestro Señor como un criminal de primera orden. Examinemos este fantasma de delito, y lo veremos destruido con la luz de la berdad demonstrada con documentos irre– fragables. No estava tan tranquila la Montaña como yo la crey en el dia de mi fuga a ella. En el camino encontré mucha gente que con no– ticia del saqueo de Huanuco se dirijia a la Ciudad con el objeto de adquirir por el robo ¿ Mas adonde fugar para huir de sus iras? no havia parte alguna. La ciudad y caminos ocupados, no podia in– tentar la huida sin caer en manos de los insurgentes. Estos a su regreso de Ambo viendo havia yo desamparado la guardia del puente de Tingo ofrecieron publicamente me pers.equirian en la Montaña junto con Don José Gonzales Europeo, y Don Felis Ramirez a quien creían tal, asi escrivieron losj. 4 5 Yndios de Acomayo al Alcalde Condeso que Panao, Pillao y Acomayo vendrían en busca de todos los Europeos señalando el dia que havian de llegar. En este conflicto, despues de havernos reunido con Don Felis Ramires acordamos para salvar nuestras vidas esperarlos en la Hacienda de Malqui con carne y otros agasajos, y lograr de este modo engañarlos y entrete– nerlos hasta que llegue el auxilio que se esperava con Vuestra Se– ñoría. En estas circunstancias se fraguo por mi la carta escrita a Don Juan José del Castillo, que aunque trae conmigo la apariencia de un gran crimen, fue la obra de un corazón sano, pero ocupado del miedo por las amenasas que nos hacían los Yndios, y que logro en– gañar a Castillo unico objeto que me propuso en ella. El hombre ama su vida, su familia y su intereses, y no siempre le ha dado la providencia el valor, y prudencia con que se niegue así mi mo, y mas quando esta negacion nada sirve para la causa comun. Es facil desde la orilla segura dirigir lo movimientos que debe tener una nave ajitada por un uracan, y es sumamente dificil sino impo~ ible aun al mas experto Piloto reglarlos en la angustia. Facil es desde una Ciudad guarnecida por un respetable exercito dirijir los pasos que yo debi haver dado en la Montaña para evadirme del riesgo que me amenasava, pero es presi o para calificar los mios estar en la amarga cituación en que me vi cercado de enemigos po1·

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