Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

92 MANUEL JESUS APARICIO VEGA y se ofreció el Comandante relevado Eulate que se halló presente, a llevarla; le siguieron muchos llenos de contento y alegría; de manera que según oyó decir el declarante después de la votación que los primeros que ocurrieron al cuartel se entraron a tropel hasta los calabozos donde estaban los reos y del uno de ellos que– biantaron un balaustre de la ventana, mas los dichos reos les con· testaban de adentro que no quebrantasen sus puertas; que les agradecían su deseo de libertarlos, y que no saldrían mientras tan· to no viesen la orden del señor Presidente que no los perdiesen, a cuyo tiempo llegó el dicho Comandante Eulate y los sacó, tra· yéndolos todos los individuos que se hallaron presentes con vivas de júbilo y alegría, y levantándose aun los indios de la Plaza de– jando abandonadas sus especies, por verlos y acompañarlos, oyén· <lose de toda la gente que estaba agolpada en el intermedio de las calles, y ocupando los balcones, los mismos júbilos; así llega· ron a presencia del Jefe, y con un respetuoso y humilde saludo le dieron las debidas gracias, y entonces volvió el pueblo a pedir que se les diese certificados de que eran idóneos y aptos para ob· tener el voto activo y pasivo, de manera que la fianza, la orden de libertad y certificaciones las escribió y dictó el Doctor Galdo; agre– ga el declarante que el Doctor Arellano, después de la salutación que hizo al señor Presidente empezó a querer manifestar las fal– sedades que obró Becerra en su causa y lo contuvo el señor Ase· sor, diciéndole que no era tiempo, con lo que se retiró a votar a su Parroquia del Hospital; también añade el declarante que cuan· do Esquinigo empezó a exponer la naturaleza de la causa, le de· cían al señor Presidente que por qué no se asesoraba con el Ase· sor que el Rey le había puesto, que él era responsable a las pro· videncias buenas o malas que estampase, pues aquellos ocultos que él tenía, siempre lo dejaban en descubierto, y parece que de todo lo sucedido quedó el Doctor Don Juan Becerra Cura de la Matriz y su hermano el diácono Don Mariano, con cierto desabri· miento que lo notó el pueblo, y pidieron que de allí saliesen, y habiéndose escabullado Don Mariano, el dicho Párroco iba a ha· cer lo mismo; mas el Asesor movido de su celo lo contuvo dicién· doles que era su Párroco, que era Sacerdote, y que la Constitución lo prevenía para qu<:. asistiese en semejante función, y convir,tién· dose a dicho Cura le dijo que volviese a tomar el asiento, que él ni los demás a quienes había aquietado, pensaban en ofender su sagrado carácter; de suerte que dicho Asesor era el que impedía cualesquiera embarazo, y mantenía con respeto la autoridad del señor Presidente, tratando siempre de que no hubiese el menor

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx