Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

104 MANUEL Jl!SUS APARICIO VEGA ¡Oh falso celo, oh barbarismo austriaco, oprobio de la razón, de la humanidad y de la religión cristiana! Habeis hecho lo que habeis querido; pero lo habeis practicado con desemejanza, con inimitación de Jesucristo: Filius hominis non venit animas per– dere, sed salvare. ¿No habría sido mejor o el único bueno, y necesario, que en }ugar de esa hoguera e infierno a donde han precipitado los in– quisidores el cuerpo y alma de un loco incrédulo, se hubiesen sus– tituido las penitencias, las oraciones públicas, los sacrificios eu– carísticos por parte de los mismos inquisidores, y de toda la Igle– sia para que Dios iluminase el entendimiento de ese loco incré– dulo con la luz de la verdad, y ablandase su corazón con la un· ción de la gracia? Todo hombre aspira naturalmente a su felicidad, porque habiendo sido criado para ser feliz según las intenciones de su Criador, es necesario que quiera ser feliz. Luego aspirando a una felicidad falsa, peca sólo por error de concepto y no de vo– luntad. Luego los raciocinios y no la hoguera, la gracia y no la crueldad deben conquistar su entendimiento errante. No perda– mos de vista la imitación de Jesucristo; con ella todo es bueno; sin ella todo es malo. Jesucristo en el mismo acto de no ser creído; en el mismo acto de ser crucificado por los obstinados judíos no los castiga con hogueras e infierno, como lo han hecho los inquisidores. Al contrario ruega por ellos a su Eterno Padre. Los excusa, nesciunt quid facient, y en virtud de sus ruegos se convierten esos mismos incrédulos: Vere filius Dei erat iste: reverte bantur, percutientes pectora sua. Es pues demostrado que las leyes de hoguera, e infierno de la ex-Inquisición eran anti-evangélicas por contrarias diametralmen· te a la paz, lenidad, sufrimientos y misericordia del Salvador que no vino a perder las almas sino a salvarlas. Y esto era precisa– mente lo que hacían los ex-inquisidores con sus hogueras, perder esas mismas almas, de quienes se debería esperar su conversión, practicándose a semejanza de Jesucristo las obras de piedad, que he indicado. No se debe apagar la mecha, que todavía humea, ni quebrar la caña quebrantada, como lo practicó Jesucristo con los judíos obstinados que no lo creían y lo crucificaban. Si las ilegalidades pues de la inquisición, que nos refieren vuestros soberanos decretos temporales del ciudadano, justifican su abolición, la que yo acabo de exponer por bárbara, y contra· ria a Ja felicidad eterna de las almas canoniza esta abolición, Ja

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