Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

108 MANUEL JESUS APARICIO VEGA DESAFIO LITERARIO Por el Dr. D. Angel de Luque Contra recientes señorías que se tapan la cara para hablar. Contra suposiciones imaginarias de un Cura de beneficio pingüe, cerca de Lima. Contra la nada, yo no esgrimo mi pluma. Sólo Don Quijote lidia con fantasmas. El autor anónimo de la Carta Apologética N. de N. a favor de los canónigos, contenida en El Peruano del número nueve, y pri– mero de julio estampa su nombre al fin de ella, como yo lo hice con dignidad a todas luces en mi discurso del año pasado por el mes de marzo; y entonces, sin falsas impertinencias de coleta larga, chupa blanca, angel exterminador, angel antitutelar, clérigo de a caballo (1) espectáculos, diversiones. Sin expresiones pesti– lentes del difunto peripato. Ut sic; ente de razón, universal a parte rey de que usa el anónimo; (¡Que vomitorio tan repulsivo! ¡Casi vomito las entrañas, luego que la leí) se le contestará, y se le probará la falsedad paradójica, la ignorancia crasa, la blasfe– mia, la herejía eclesiástica, con que afirma, que la institución de los párrocos es tan obra de hombres como la de los cardenales y canónigos. Yo me degradaría, si hablase con anónimos, esos monstruos de tinieblas o canalla tenebrosa, como los llama una máxima de sabiduría, y no son de esta infame clase los canónigos de Lima. Salga pues a campaña con sus mismas orejas, ojos y narices el anónimo de la Carta Apologética. Fírmela. No adopte las sen– das clandestinas y armas vedadas, con que me hirió por detrás uno de sus colegas. Contráigase únicamente al punto central de la materia. Déjese de las impertinencias, y peor lógica de una mala {!) No es caballo, sino yegua, traída del Golfo de las Yeguas e islas del mar del Norte de la América Septentrional, llamadas Bermudes, habitadas de protestantes y descubiertas por el español Juan Bermúdez, que les dio su nombre. Pero aun cuando fuese caballo, también Santiago mont4 a caba· llo para defenderlos contra los moros, lo mismo hizo el Evangelista San Juan para reconvertir a un joven libertino y yo no imito a estos apóstoles por la debilidad de mis piernas, y un habitual flato que padezco. Prescin· damos de mis dolencias cierto es que el andar a yegua o a caballo acerca más a la perfección evangélica que el andar en coche o calesa.

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