Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 111 té; antes por el contrario lo impugné, elogiando a todos los canó– nigos de esta catedral, y diciendo por último que también sus ra– cioneros y medio racioneros cantaban perfectamente sus Epísto– las y Evangelios. Entiéndase también con el Excelentísimo señor Don Manuel De Amat, ex-Virrey de Lima, que hablando de los Canónigos de Barcelona, decía así: En mi tierra para ser Canónigo, no se nece– sita más que tres cosas: Voz, culo y sentarse. Entiéndanse también con el Lutrin de Boileau, que en su Sá– tira segunda del tomo primero dice así: Maldito sea el primero, cuyo numen insensato quiso estrechar su pensamiento a los lí– mites del verso, y dando a sus palabras una estrecha prisión, qui– so con la rima encadenar la razón . Sin esta ocupación, fatal al re– poso de mi vida, mis días correrían llenos de alegría. Yo no pen– saría en otra cosa que en cantar, en reír, en beber; y dueño de mi voluntad como un canónigo gordo viviría contento, tranquilo, sin cuidados, sin tener nada que hacer, la noche durmiendo a pierna tendida y pasando el día ocioso como un canónigo gordo. También el mismo Boileau en su poema, intitulado el Fa– cistol dice así en el Canto primero . "Los canónigos rosados y brillantes de salud engordaban en una larga y santa ociosidad. Sin salir de sus lechos más mulli– dos, que sus armiños, estos piadosos haraganes hacían cantar Mai– tines a otros. Sólo madrugaban para desayunarse y dejaban en su lugar a cantores mercenarios el cuidado de alabar a Dios. Entiéndase últimamente con los redactores del año pasado que son una concordancia de lo que dice el Lutrin de Boileau. El día 26 de diciembre hablando de Jos canónigos de Málaga, dice: Es– te es un cuerpo diezminante. No sé, si diezminante quiere decir el que come de la hacienda ajena. He buscado en los diccionarios esta palabra y no la encuentro. Yo no he dicho esos dicterios y vituperios (injustísimos y fal– slsimos, hablando con ingenuidad). El único dicterio y vituperio, que he dicho, digo, y diré hasta Ja muerte, sin arrepentirme; es que en concurrencia de un párroco y un canónigo debe el canóni– go dar al párroco el lugar preferente; y esto no lo digo por mi antojo, como dice el anónimo, sino porque así lo tiene mandado el señor Don Carlos III . ¡Qué tales repeticiones pueriles en sentir del anónimo! No son pueriles, sino incomodantes al amor propio, que vivirá en nosotros, aún después de muertos según Ja hipérbole del señor Ascético de Ginebra. Para convertir a Jos de dura cerviz y de co-

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