Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

LA REVO.LUCION DEL CUZCO DE ISl-I 135 cedentes por todas las esquinas o bocacalles de la plaza mayor . soldados armados que impiden todo tránsito. Llegan gentes con su cotidiano ingreso, y regreso las que detenidas sin· saber ~l por-· qué, van formando natural, e indispensablemente un grupo en cada entrada de la plaza algunos retroceden y participan el hecho; he aquí refundida la novedad a la que concurren gentes de toda clase de uno y otro sexo unas movidas de la curiosidad, otras del cui– dado, y las demás con el sano deseo de acudir y socorrer como toda novedad exige al buen ciudadano y por esto mismo acuden sin armas como la improvisada ocurrencia llama y precisa a todos: nadie da razón los soldados insultan e intiman la retirada: a la claridad de la luna no se oculta la muchedumbre que a s( misma se deslumbra: algu1ws se retiran, otros porfían por desengañarse y sosegar su inquietud, siendo de este modo más cuerdos los que no se apartan: Unos se encierran en sus casas y otros no saben que seguro tomar. Todo esto acontece en el desprecio de poco más de una hora. Claman con la novedad, piden se retiren los soldados para retirarse a sus casas, y lejos de todo en medio de tan tímida ignorante, y cometida apretura, se preparan cuatro cañones en el centro de la plaza: hacen la descarga de dos, o tres fusil~ sobre las gentes, que insultadas no hallan como defenderse: gritan, retro– ceden, se embarazan a sí mismas: ordenan del interior de la plaza que den fuego, que maten, y para diversas calles hacen fuego sobre el pelotón en el que mueren algunos infelices, quedando heridos hombres y mujeres. Diez soldados en una calle estrecha dan con– tinuos rastríllazos, haciendo la divina providéncia no derr fuego. Enardecidos los soldados sin más que el influjo de su arma, avan– zan por dos cuadras hasta la plaza de San Francisco disparando balas en las esquinas y persiguiendo la inocente y miserable fuga. Después que el terror, el fuego, la sangre, y la muerte ha esparctdo a todos, se publica el bando de reposo y seguridad y en aquel acto ~e entierran los cadáveres palpitantes en las iglesias inmediatas. Amanece el día seis lóbrego para el corazón del fidelísimo, y humil– de Cusco, y se comunican entre dientes que hay presos en el cuar- tel tomados aquella noche, heridos en los hospitales, y sangre hu- · ~ meante en las calles. Ya se presenta ante el ilustre Ayuntamiento una viuda miserable por un nieto muerto reconviniendo por el or- den público, y seguridad individual que murmura el pueblo, ya ocurre otro infeliz, ante el señor Alcalde por su criado; y otras do- lientes oprimen sus sollozos por terror. En el .mismo día salén más de veinte presos del cuartel, quedando uno, porque a éste delata- ron el día cinco a las tres de la tarde de que disponía seiscientos

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