Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

LA REVOLUCION DEL CUS(:O DE 1814 261 mayor exactitud en el obsequio de Ja ley, de Ja justicia, y demás resortes del bien y felicidad común. Y conviniéndonos el llevar constancia de esto, suplico a V. S. por mí y por Jos demás inte– resados que a continuación se sirva informar o certificar con la verdad que le es característica cuanto sepa por razón de su mi– nisterio, y que le conste de público y notorio.- Dios guarde a V. S. muchos años. Hacienda de Lucmos, enero veinte y dos de 1814. - Martín Valer.- Señor Don Cayetano Ocampo, Diputado Tercero en Cortes de la Provincia del Cusco. Informe del señor Diputado en Cortes Don Cayetano Ocampo. Contestando al oficio de Usted que precede, digo: Que si des– de el momento en que tuve la gloria de ser nombrado Diputado en Cortes, tuve la noble satisfacción de poder servir a mi Patria· en particular, y a nuestra heroica Nación Española, en general, ahora se me aumenta aquella por la que se me proporciona de poder hablar en favor de Ja más fiel ciudad que adorna nuestro Continente, y en obsequio de Ja verdad que siendo de mi genial carácter, también es propia de un Diputado. Como tal quisiera tener la incomparable dicha (de que mi poca suerte me ha pri– vado), de exponer a los pies del Trono los mismos sentimientos· de fidelidad, y amor al Soberano, de que ha sido inseparable la Ciudad del Cusco en todos los tiempos, y en todas las circuns– tancias. Allí diría que a pesar de estas constantes vir'tudes ha sido muchas veces denigrada e infamada con la mayor ingratitud por Jos mismos que abrigados en su seno y a expensas de su lealtad han formado la escala de sus adelantamientos. Allí diría que Ja misma tolerancia, sufrimiento, sumisión y profundo silen– cio de sus habitantes, aun cuando han visto ultrajada y usurpada la inmortal fama de su afligida Madre no han tenido más recurso que ofrecer al Todopoderoso este sacrificio de su corazón, como en homenaje debido a su Divina Majestad, y a la del Monarca que hace sus veces en la tierra, a cuyo nombre gobiernan las au– toridades derivadas, a quienes han obedecido siempre con el más ciego rendimiento. Allí diría que cuando en estos remotos países amaneció el claro día de Ja felicidad común con el establecimien– to y publicación del sabio Código que se ha jurado, fue tanto el regocijo interior y exterior de sus moradores, como el que pue– de tener el siervo más sediento con la fuente de agua viva que apetece. Allí diría que a pesar de las lisonjeras esperanzas que ' causaron este universal gozo, los infelices cusqueños han vuelto a

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