Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

292 MANUEL JESUS APARICIO VEGA silencio su desgracia temerosos del Gobierno, y los segundos por– que de orden de éste fueron enterrados palpitantes. Disperso por este honroso medio el concurso fue perseguido por las calles con un fuego a dis.creción, a pesar de oírse en la fu– gitiva turba de que no pensaban tumultarse no obstante tanta pro– vocación. En esta hora que sería cerca de las diez de la noche, salió de orden del Gobierno, un bando de que se recogiesen los vecinos a sus casas, seguros de no haber cosa contraria al orden público, lo que se verificó quedando: el lugar en la mayor tranquilidad y silencio. Amaneció el día seis terrible para el humilde, y desgraciado Cusco, en que sofocando su sentimiento, tuvo que mostrarse in– dolente a la catástrofe de ver las calles regadas por la inocente sangre de sus hijos: No obstante vencieron el terror una afligida mujer, y un infeliz, aquélla por un nieto, y éste por un criado víctima del pasado sacrificio, y se presentaron ante el Alcalde y Ayuntamiento, reconviniendo por el orden público, y seguridad in~ dividua! encargada a su cuidado: Esfuerza éste su atribución pa– sando al Gobierno el oficio N? 1? cuya siguiente contestación es bastante documento para acreditar a V. A. que en estas distan– cias no conoce el despotismo otras leyes que su arbitrio. A los dos o tres días de esta ocurrencia se forma una com– pañía con el título del terror constante de lo principal de esta ciudad, agraviándola por segunda vez, con ponerla bajo las ór– denes del energúnemo Antezana, y dividido en catorse escuadras con tenientes coroneles de soldados, alférez de sargentos y capita– nes de cabos, hacen patrullas mandadrías (sic) la vez por los mi– nistros de esta Audiencia dando un golpe de mano a la justa opi– nión de este vecindario con este hecho, que por ser constitucional persuadirá todo el globo, que no tuvo otros sujetos dignos de esta confianza. Esto es serenísimo señor lo sucedido en aquellos funestos días, como acreditará a la alta consideración de V. A. el adjunto testimo.uio, en que siendo cada incidente un delito digno del ma– yor castigo, se ha elevado a la soberanía de V. A., como un servicio circunstanciado, apoyádolo con las declaraciones de un Don Apo– linar Penaylillo, que ha sacado por premio de su falsedad, la gra– cia de Alférez con sueldo, sin conocer la milicia, de un Don Ale– jandro Ugarte, pariente y paniaguado de este jefe, de un Don José Allende, sujeto sin destino, de suerte aventurero, y de otros que no tacha nominadamente este Ayuptamiento por ignorarlo; pero pue- ' ' . 1

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