Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
LA REVOLUCION DEL CUSCO DE 1814 359 debían ponerse en libertad a todos los prisioneros de guerra. El desorden y turbación que causó, y a cuyo favor pensó fugar, no embarazó que el pueblo le reconociese inmediatamente por úni– co autor de tanto estrago, y aunque se dejó ver armado, a palos y pedradas le dieron una muerte peor que la que él causó a los compasibles ew-opeos que se abrasaron y sepultaron en el incen– dio y ruina del parque y cuartel. ¡Qué horror, Excelentísimo señor! !Qué desolación! ¡Qué aborto de tiranía! Y ¿éste era el buen jefe político y militar que V.E. nos enviaba? ¡Qué profunda hipocre– sía no tendría este malvado, que engañó la perspicacia de V .E. pues la opinión general, y de los menos advertidos, jamás se equi– vocó sobre el concepto de Valde-Hoyos, de lo cual tengo docu– mentos originales de todo el Perú y de esa misma capital . La provincia del Cusco, pues que con la muerte del marqués de Valde-Hoyos ha sido librada por la divina providencia de ma– yores plagas que las que pueden imaginarse en la más desastro– sa revolución; que ha extendido sus armas por todas las provin– cias limítrofes, en fuerza de la suprema ley de su seguridad; que tiene aliados con quienes debe correr una suerte, y que no tiene otro objeto que una paz general; debe merecer toda la a tención de V. E. y a su sublime política, no se esconde que por una progre– sión natural, si me cree V. E. digno de su indulto, debe éste ex– tenderlo a algunas familias de esta misma ciudad, y si a esta ciu– dad, también a las de Huamanga y Puno con todos sus partidos. y mirando los objetos más en grande, a todo el Perú, sin excep– tuar esa misma capital, pues toda se halla en la misma necesi– dad de morir, sea por órdenes de V. E. o sea bajo la insupera– ble fuerza de los ejércitos del Río de la Plata. Los males del Pe– rú son generales y V. E. debe curarlos con remedios igualmente generales. En la hipótesis de que el indulto de V. E. sea inalte– rable, de que sea un lenitivo suficiente y universal a estos pueblos, y de que alivie las angustias de toda esta provincia; la enfermedad política del Perú solamente se paliaría y los nuevos síntomas son que después se manifieste por los que posteriormente quieran cu– rarla, tal vez serán mucho inás fatales a la causa de la nación. Cu– re, pues V. E. el mal radicalmente y en su misma fuente, que no es otra que la obstinada guerra que se sostiene con las provincias del Río de la Plata. Todos los jefes y prelados eclesiásticos se conmueven con la idea de una revolución, tratan con la mayor ignominia a los que la promueven, o la sostienen pintan con los más negros colores los estragos y muertos que acarrean . Pero ¿qué diferencia hay entre las muertes que suceden en una revolu-
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