Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

LA REVOLUCION DEL CUSCO DE 1814 367 presente expedición y circunstancias del día, previne al expresado coronel que de ninguna manera aventurase la menor acción sin un conocido favorable resultado; y que en el apurado caso de reconocer fuerza superior en contra, tratase de buscar una posi– ción segura, donde sin demora le fuese fácil recibir refuerzos de las tropas que venían marchando conmigo. En el pueblo de Calamarca, doce leguas distanté de aquí, supe por los emigrados que el referido coronel Saravia, había retirán– dose de los altos de esta ciudad al pasaje que llaman la Venta– nilla. A pocas horas recibí su parte, cuyo contenido me instru– yó, que la numerosa fuerza de los rebeldes, le había obligado al insinuado movimiento, el cual aprobado por mí, como debía ser, le ordené que se sostuviese en dicho punto, hasta nuestra reunión al día siguiente. Realizada ésta en medio del júbilo y aclamaciones con que fui recibido de los valientes soldados que componen mi vanguar– dia, levanté el campo en esta madrugada observando todo el or– den necesario con respecto a la evidente aproximación del enemi– go. Todas las apariencias nos anunciaban cercano el ataque; y estos mismos pronósticos, exaltaron tal ardor y entusiasmo en la tropa, que me es inexplicable el vivo deseo que traía de que se le presentase la masa insurgente, para comprobar la sinceridad de sus loables protestas. La voz de viva el Rey, resonaba a cada momento; y al paso que los diferentes grupos de insurgentes se dejaban ver a lo lejos, apresuraba la columna su marcha enajenada de alegría, y sin to– mar el menor descanso en la distancia de cinco leguas que había andado. A las once del día ocupamos estas eminencias, y a poco rato descubrieron las guerrillas la ventajosa posición que tenían ocu– pada los enemigos. Nos dirigimos sobre ellos; y habiéndonos pues– to inmediatos, rompieron aquéllos el fuego de su gruesa artille– ría . El terreno en que nos hallábamos, no nos permitió hacer un movimiento para enfrentarnos, y evitar de este modo el sensible daño que nos podían haber causado. En este estado dirigí las dos guerrillas que venían a la cabeza de la columna aumentadas con el piquete de mi guardia de honor, hacia el costado derecho de la batalla enemiga, al doble objeto de embarazar la incorporación de la mucha caballería que a toda diligencia asomaba por aquella par– te, y cargar al mismo tiempo a dicho costado, entretanto que mi batalla hacía un medio cuarto de conversión sobre la derecha, co– mo era urgente al ataque que ordené inmediatamente. El fuego

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