Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

376 MANUEL JESUS APARICIO VEGA bién, y sentí el olor del azufre de la bala, que pasó sobre mi cabeza. El de la explosión estuve, después de celebrar dictando ofi– cio al clérigo Don Ramón Villanueva en mi estudio cerca de un cuarto de hora antes del incendio. Pasé a la Iglesia, y a los diez minutos de haber entrado al Coro, sucedió aquella fatalidad que echó por tierra alguna parte de mis habitaciones que caían al Cuar– tel, quedando conmovido todo ese lienzo que tengo de derribarlo, y creo no lo repondré con el gasto de tres mil pesos fuera de los muebles que he perdido en el recojo que hicieron de ellos los de mi familia, auxiliados del buen clérigo Villanueva. Esas consternaciones no han sido capaces de afligirme tanto, como· la multitud de especies seductivas y peligrosas que me sus– citaron, según entiendo tres sujetos, a quienes a mi ver en nada he ofendido. Al empezar la dominación de los cusqueños, se levan– tó la voz, de que el señor Valde-Hoyos había declarado, que me pidió consejo para la resistencia y que yo le dije: Se defendiese hasta lo último . Mi contestación no sería dis-(f. 13) paratada, pero era falso el testimonio. Ni el señor finado Intendente en su ver– dad y formalidad podía asegurar semejante cosa. Lo cierto era, que por tres ocasiones exhorté a la tropa, a los europeos, y al mismo señor Marqués de Valde-Hoyos con su comitiva, para ab– solverlos y aplicarles la indulgencia plenaria pro artículo mortis. Sucesivamente salieron con la insensatez de que iba a ser au– tor de contra-revolución con los Padres de San Francisco y La Merced. Como no me conocían, dieron crédito a tamaña impostu– ra. En prueba de ello, el día de la explosión, y poco después de la matanza, pasó personalmente ese Pinelo, que hacía de General, con demostraciones de suma indignación, a preguntar por mí en el Convento de San Francisco, asegurando que estaba allí con ar– mas y europeos. Le contradijo la comunidad, y especialmente el Padre Delgado. Este se explicó con toda resolución sobre las ca– lumnias a que daba crédito. De ahí vino a la Catedral donde me hallaba defendiendo europeos como Chao, y otros dos, a quienes pude escapar del peligro que amenazaba. Conoció que lo que le habían informado era falso y me trató con toda atención y res– (f. 13 vta .) peto. Me expresó entonces, se decía que con todo haberse arruinado mi casa, era sabedor de la mina que se había hecho para la tragedia de la explosión, por haberme mudado a lo del señor Plata. Le hice presente que eso había sucedido mucho antes que él hubiese pensado venir al Desaguadero. Que el señor Valde Hoyos lo supo, y me restituyó a mi casa, mandando quitar

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