Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
LA REVOLUC!O,N DEL cusco" DE' ISl4 377 los barriles de pólvora que había en el cu~rtel, y llevándolos al almacén de pólvora, que eidstía en la Intendencia. Así fue, pues sabiendo que una p\eza inmediata .a mi dormi– torio estaba ocupada de pólvora, me retiré a la casa del señor Doctor Plata, como lo hice ahora cinco años, mudándome a la de Doña Susana Paredes, que me dio el señor Landavere, porque el finado Murillo trasladó la pólvora al cuartel: Tuvo noticia de esta mi última mudanza el señor Marqués de Vald_e Hoyos, y usó de la bondad de quitarme el peligro, y restituirme a mis habitacio– nes con la fineza de mandarme recado, para que durmiese sin zo– zobras. Allí permanecí, hasta que aconteciese el casual fracaso, pues se ha coq.ocido indefectiblemente que no hubo ni pudo haber la mina (f. 14) que imaginaron para pasar a degüello a tantos eu– ropeos distinguidos, y honrados americanos. Ellos mismos podrían haberlo comprendido porque cuando romaron la ciudad se halla– ba la pólvora en las casas pretoriales ' y la habían .pasado, según supe posteriormente al cuartel quedando ya presos u ocultos to· dos los que fueron víctimas de su barb'aridad. Entre ellos muchos que también fueron incendiados y no podía discurrirse por cual– quier racional, fuesen homicidas de sí mismos. Volviendo a mi individuo, me han asegurado dos sacerdotes de propia ciencia y uno de oídas que cierto sujeto inflamaba en las esquinas a los cholos, al tiempo del furor, diciendo que yo era sabedor de la mina, que se había preparado y que aun esa noche no dormí en mi casa. Todo era execrable mentira, pues mi cama con la ruina se sacó de mi habitación a vista y presencia del pue– blo. El propio calumniante me ha pedido perdón, y le he respqn– dido que le perdono de todo corazón fa injuria; pero que no pue– do perdonarle, sin pecar la infamia, pórque soy persona pública, y necesito la indemnidad d.!'! mi fama, para l~ edificación de la república, y el buen ejemplo que debo dar por razón de mis em– pleos. Tampoco han faltado ejemplares sacerdotes que me hubiesen defendido a mis espaldas. (f. 14 :Yta.) Entre ellos se .ha distingui– do el señor magistral, pues lograi¡ido la coyuntura del conocimien– to que había tenido cori el Cura Rector del Cusco Muñecas, se ex– plicó con tantas apologías a mi favor, que lo puso en los térmi– nos de buscarme y pretender mi amistad. No se consolidó, ni pu– do quedar satisfecho con mi modo de pensar. De ello provino el empeño que antes ya se había propuesto de que el Cabildo Eclesiástico nombrase ;Provisor, con todos los pa- •¡ • . . ¿. ! .
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