Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

·. , LA REVOLUC.ION DEL CUZCO DE 1814 25 su reasumida soberanía, .ínmune del error, del engaño fraude y tiranía, males que. ningún indivíduo podría elegir para sí mismo. Es soberana voz, augusto eco de la Nación, redime a ésta en los 384 artículos que ha pronunciado y acabamos de jurar. La Cons titución declara .que la soberanía reside esencialmente en la nación; que el poder legislativo es probativamente suyo, que el gobierno mo– nárquico moderado no tiene otro objeto que el bien y prosperi– dad de la patria y sus individuos, que ésta no es hacienda o pa– trimonio de algµna persona o familia, que todos mutuamente .de– bemos propender a la conservación de esos bienes y derechos que tan intimamente nos enlazan. ¡Qué objetos tan lisonjeros, qué in– tereses tan esenciales! Reducidos éstos a una Ley fundamental son la b;ise que asegura lo demás que vamos a entender. Los ·ciudadanos en el ejercicio de estos derechos, gozan de aquellas prerrogativas que atribuyen acción y dignidad del hom– bre, y son como tales los que dan el sufragio y autoridad con sus votos. Nada más eleva a la esfera de ciudadano para obtener sus beneficios, que la nobleza radical de la virtud, el honor y una ho– nesta ocupación, cualidades que podemos poseer y poseemos sin una ostentosa y degradada hidalguía. Las Cortes perpetuas son el santuario de la Justicia siempre abierto, donde la nación con pleno conocimiento cortará lo que es pernicioso, y fomentará lo que es útil. Nunca vacilaremos con lo irremediable, jamás desfalleceremos con lo pesado. Nuestros herm.anos los Diputados siempre sancionarán lo que únicamente pueden observar. ¡Qué ventaja! Con la soberanía y poder legisla– tivo vigilantes sobre su propio interés, sólo reservan al Monarca aquellas facultades con que ha de ser el padre benéfico de sus va– sallos, coartando todo lo que puede sernos opresivo. No entrega– rán el timón de la monarquía a manos inexpertas que compro– metan nuestra existencia política. Los díscolos, egoístas y misán– tropos quedan sepultados en las ruinas de aquel antiguo y desdi– chado edificio: Habitamos ya con lib'ertad y seguridad en la sun– tuosa fábrica y obra gloriosa de la Nación. Todo hombre tiene acción para acusar la más leve transgre– sión de la Constitución fundamental. Los funcionarios públicos, jamás árbitros en la Ley, son responsables en su persoria para la inviolabilidad de la Justicia, y para que se miren con respeto los derechos individuales de cada miembro de la sociedad. El supre– mo tribunal de justicia es un argós a cuya vista no se ocultará el más recatado fraude. Quedando deslindada la jurisdicción de los tribunal.es superiores, .la distribución de la Justicia está reunida •,

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